En Navidades siempre hacíamos el Belén y para ello teníamos una colección de figuritas con el portal, los pastores, los reyes, las lavanderas y algo más. Pero había que renovar la base de musgo cada año. No era difícil encontrar musgo en la zona, la humedad del otoño creaba buenas capas de musgo sobre las piedras. No obstante, a veces buscábamos matas de musgo en sitios donde había agua. El resultado era un Belén bien mullido y con algunos nuevos habitantes vivos que venían incorporados al musgo. En nuestra adolescencia se incorporó el Árbol de Navidad como nuevo elemento decorativo. Ahora había que ir al monte a cortar un pino para tener el principal elemento. Recuerdo ir a la Sierra, cerca del Castelo, a buscarlo y estar cortando la copa de algún pino cuando éste excedía el tamaño razonable. Las guirnaldas y los regalos completaban la decoración y ya se tenía un árbol navideño, junto al Belén. Los que vivimos esta incursión arbórea en las fiestas siempre lo consideramos como un ornamento de segundo término, creo que teníamos el Belén como más tradicional de las Navidades, sobre todo porque el árbol no pertenecía a la imaginería religiosa propia.