sábado, 30 de octubre de 2010

Calabazas de difuntos

Las calabazas quedaban en los campos donde se había cultivado millo después de que este se hubiera recogido. Lo único que quedaba realmente eran los apilamientos del cañoto del millo en forma de meda cónico y las calabazas coloridas que habían madurado durante el verano,  ambos productos estaban destinados al alimento de los animales --en algunos casos se cultivaban manguetas que servía para el consumo humano haciendo, por ejemplo, chulas. En este contexto era natural que los niños cogieramos las calabazas que quedaban en los campos y huertas, en general las pequeñas, y las utilizáramos para hacer las calabazas de difuntos. Una de estas calabazas la dejé un año, al atardecer, en las escaleras de subida de la fábrica, encima de un poste del pasamanos --tenía su vela y todo. El objetivo era dar miedo a los transeuntes en aquellas noches desapacibles del otoño, en las que realmente era como para espantarse el encontrar algo de luz y calor (un hilo de vida) en medio de aquella naturaleza moribunda.

jueves, 14 de octubre de 2010

El huevo de madera

El huevo de madera que tenían todas las cestas de costura era realmente singular. Tenía la forma perfecta de huevo y era lo que más llamaba la atención, máxime cuando en casa había gallinas --no me imaginaba a una de aquellas gallinas queriendo incubar tal objeto. Por supuesto se utilizaba para zurcir calcetines, porque era la cultura del mantenimiento, las cosas tenían que durar aunque remendadas. También podía haber palillos de madera para hacer calados, aunque eso era más complejo. Lo que no faltaban era agujas de calcetar y de ganchillar, dedales, tijeras, alfileres, imperdibles, corchetes y toda una colección de agujas de coser, desde estambreras hasta las más finas. ¡Ah!, y todo tipo de botones de repuesto.

viernes, 1 de octubre de 2010

Pelar castañas y otras tareas

Ahora que viene el Otoño me vienen al recuerdo las castañas cocidas. Cocidas y no asadas, porque esta era la forma tradicional de prepararlas con los anises que crecían por todos los lados y en particular en las huertas. Para ello había que colaborar pelando las castañas lo cual era un poco pesado. También recuerdo la colaboración que teníamos que hacer en otra tarea doméstica como era el elaborar los ovillos de lana. Con nuestros brazos extendidos aguantábamos las madejas de lana para que nuestras madres hicieran el ovillo necesario para calcetar. Otra tarea bastante habitual era la de ayudar a doblar sábanas y mantas. Cogíamos los extremos que nos daban y seguíamos el orden que nos marcaban, aunque a veces por aquello de la imagen especular lo hacíamos al revés. ¿Y qué decir de enrollar calcetines? ¿Y de batir nata para hacer mantequilla? Teníamos muchas tareas infantiles en las que participábamos en el mantenimiento de la casa y, porque no, en las que jugábamos también para entretener los días frios o lluviosos.