jueves, 28 de noviembre de 2013

Los castillos de madera

Los castillos de madera eran las disposiciones de las tablas de madera que ponían a secar delante de la carpintería. Tenían forma cuadrangular y dejaban pasar el aire porque estaban intercaladas. Era la típica configuración de todas las serrerías de la zona. Eran fáciles de escalar y los niños nos metíamos dentro para jugar, imaginando que eran castillos donde nos parapetábamos de los enemigos. Olían a las resinas de las maderas, generalmente pinos, y contenían restos del serrín de la serrería. Cuando estaban secos los volvían a recoger para trabajar las tablas y hacer con ellas lo que requería la fábrica, me imagino que mayormente cajas de embalar. Aparecían y desaparecían con la misma asiduidad. El serrín también se utilizaba para los suelos húmedos o aceitosos. Recuerdo que nuestras armas eran los tutelos y que había cerca de allí bolitas de enredadera para usar como munición. A veces jugábamos de noche después de andar dando vueltas por la cantina, viendo algo de tele. Por alguna razón, tengo especialmente recuerdo de los momentos en que estábamos metidos por aquellos castillos en plena noche.

domingo, 24 de marzo de 2013

Palmitas y ramos

Siempre me llamaron mucho la atención los ramos de olivo que llevaban los niños en Cangas el Domingo de Ramos. Lo he comentado otras veces, llevaban guirnaldas de golosinas de adorno, caramelos, pasas, higos secos, galletas, etc., de lo más apetecible. También las palmas se adornaban aunque eran más difíciles de ornamentar. Con todas aquellas chucherías los niños no paraban en la iglesia y durante la misa ya iban metiendo mano a las golosinas de los propios ramos y los ajenos. Supongo que el motivo de tan singular adorno era para llevar a los chiquillos a la iglesia, por alguna razón la fiesta de Ramos se convertía así en una Semana Santa para niños. Yo llevaba palma trenzada, que después quedaba colgada todo el año a la intemperie en el balcón de casa, y miraba con envidia aquellos ramos tan apetitosos.

domingo, 17 de marzo de 2013

La parrilla

Ahora se ha puesto de moda en muchos sitios la barbacoa, pero hay que decir que antes en cada casa había una humilde parrilla que servía para poner unas sardinas o unos jureles a la brasa. La parrilla eran cuatro alambres que se pasaban arrinconados todo el invierno, que se sacaba cuando empezaba el buen tiempo y la temporada de estos pescados. Se ponían cuatro piedras en el suelo, o en un murito, se hacía una pequeña hoguera con los restos de la poda de los frutales que había por la huerta y en un instante había unas brasas para asar. Se decía que los sarmientos de las vid eran los mejores para hacer brasas, pero no había vides en todas las huertas, aunque recuerdo haber ido a buscar sarmientos para tal ocasión. Con el paso del tiempo se empezó a hablar de las sardinas del xeito y de la ardora, según la forma de pescar, pero por aquel entonces no había tal distinción. Un trozo de pan a modo de cama y la sardina o el jurel encima, comiendo con los dedos, era el sencillo y rico resultado de tan simple experiencia culinaria.