jueves, 22 de septiembre de 2016

La memoria selectiva

Cada persona retiene en la memoria aquello que realmente le sirve. Ante un mismo hecho diferentes personas se quedan con diferentes énfasis de lo lo que ha ocurrido. Esto sería una especie de selección preferente de la realidad. Las distintas preferencias constituirían la realidad total. Lo importante para hablar del tema es ser precisos en el lenguaje porque las personas también usan las palabras con diferente carga semántica. Así, realidad puede significar diferentes cosas para diferentes personas. Lo que si es un hecho es que las personas utilizan palabras propias que los demás aprendemos e intentamos repetir.

La memoría es una especie de oportunidad de crearnos a nosotros mismos, siempre recurrimos a ella y nos recuerda cuál es nuestro interés. Evidentemente juega un papel de experiencia de vida que nos enriquece y nos permite adaptarnos a las nuevas situaciones desde las que hemos vivido. Recuerdo esas películas en las que un personaje pierde la memoria y tienen que levantarse cada día como si tuviese que reconocer todo como novedad. Como una especie de metacognición debemos volver sobre nuestras experiencias para volver a leernos.

¿Qué me dice un post como el del club Rodeiramar que escribí anteriormente? Por supuesto que me hace visualizar como con una cámara del tiempo aquellos momentos y me enseña lo que veía. Pero en definitiva lo que hago es una descripción física del local, la estructura del mismo. Los apartados y las personas que había en cada apartado y básicamente en qué empleaban el tiempo. Estoy describiendo, por tanto, la estructura. Me fijaba en la estructura. Estoy informando como un testigo. Estas dos palabras:INFORMAR y ESTRUCTURA, me son propias. Forman parte de lo que soy. Muchos de los post que hay míos contienen estas dos constantes. Si testimonio es para informar a los que lo lean lo que ocurría en el interior de aquel local. Jugaban a las cartas y charlaban agrupados en torno al juego y por géneros. Por supuesto que se tejían relaciones que no descubro, y no hago valoraciones de los hechos, mi testimonio es un acto de transparencia, es la aproximación a lo que en verdad allí ocurría. Es el sentido de la vida. En este caso es que las personas, independientemente de su condición social y la época, se asocian por categorías en torno a reglas como las del juego para ser felices.

Nuestra propia pandilla adolescente era una sociedad, había reglas no escritas, entraban nuevos componentes presentados por otros miembros, jugábamos y hacíamos actividades conjuntamente. Estábamos los niños por un lado y las niñas por otro. Cada uno sabía su lugar en el barrio. Hasta teníamos locales propios. Estábamos así por nuestra felicidad, eso es lo que reportaba la asociación. Los cambios generacionales terminaron con la disolución de los miembros de la sociedad. No fue desde dentro, fue desde fuera. Salimos para estudiar, hicimos nuevos amigos, amigas, novias, novios, etc. Es lo propio que estos entornos sean generacionales, cumplen un cometido, después desaparecen. Es la construcción de la sociedad para albergar y "proteger" la vida. El club Rodeiramar también protegía una forma de vida. Pero estaba destinada a desaparecer, por los cambios generacionales. La conclusión es que siempre es necesario buscar una casa que nos albergue a todos, seguro que la hay, pero las generaciones la tienen que ir buscando.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Memoria olfativa

Es curioso pero el recuerdo del olor de las cosas queda muy persistente en la memoria. Los corchos que sobraban de los astilleros o el revestimiento de cámaras frigoríficas los utilizábamos para los barcos de vela que echábamos desde el muelle o el varadero. Estaban impregnados de alquitrán y tenían un olor fuerte a este elemento. El alquitranado debía ser una técnica de impermeabilización contra las humedades y en particular protegerían al corcho para que este ejerciera su función aislante. De los olores fuertes también se me quedó el de los desechos de ballena, que llevaban los carros para abonar los campos y cuyos regueros por el camino, eran bastante líquidos, los podíamos pisar incoscientemente o los podía usar mi perro para rebozarse contra los parásitos. También recuerdo el olor del vino en los lugares donde había cubas, como era el caso de la cantina. También se guardaba el vino debajo de la escuela de niñas. Un olor rico era el de los berberechos cuando llegaban al muelle de Massó. El desagüe de restos de pescado en el lateral de la fábrica también era fuerte. Recuerdo ver a unos visitantes de la fábrica con hojas de eucalipto en la nariz una vez que pasaban por allí. Con ser tan intenso a nosotros ya nos afectaba, estábamos acostumbrados. Otro olor que se recuerda es el de los pinos y eucaliptos ardiendo la noche de San Juan. Las rosas que crecían en la Alameda también tenían olor intenso, así como algunos árboles de la familia de los cedros. Los niños hacíamos un experimento curioso, frotábamos con saliva un brazo y cogía un olor característico que nosotros llamábamos olor a pollo.

martes, 20 de septiembre de 2016

El club Rodeiramar

El club Rodeiramar estaba en el frente marítimo de Cangas, entre los dos muelles, a la izquierda el pequeño donde atracaba La Guapa, con su marquesina, y el de la derecha, el de los barcos de pesca, donde atracaba el otro barco de pasaje. En verano visitaba más a menudo el club porque había más actividad con los veraneantes. Al subir, estaba en una primera planta, había una habitación a la derecha donde se ponían las mujeres. Hacían unas grandes partidas de cartas todas las tardes, juntando dos barajas dado que era un grupo numeroso. La partida solía ser un pretexto, les gustaba estar hablando. La salita daba a la terraza y se entraba y salia con asiduidad. Al subir, a la izquierda, estaba la barra de la cafetería y un espacio amplio que constaba de la sala de la televisión al fondo y de la sala de juego, con mesas de jugar la partida, de los hombres. Estos jugaban en grupos reducidos de a lo mucho cuatro. El interés general de estos era ganar la partida. También se jugaba al ajedrez. Separando ambos espacios estaba la mesa de billar. Había, enfrente de la barra del bar, un pequeño palco donde se situaban las orquestas cuando había baile. Luego estaba la terraza, muy amplia, desde donde se contemplaba la calle y el puerto, con su entrar y salir de los barcos. Tenía acceso desde ambas salas de juego. La pared de piedra estaba afectada por la salitre y se deshacía fácilmente en arenilla si se le pasaba el dedo. Al lado de la puerta de la calle, había el kiosco de los chistes dónde solíamos comprar sobres sorpresa y cromos de las colecciones de la época. Solía ver las series de televisión y los partidos. También veía las partidas, y sobre todo las de ajedrez. Otro entretenimiento era ver llegar y salir a los barcos o pasear la gente por la calle. Después de pasar la tarde volvíamos a subir a Salgueirón caminando de noche. Algunas veces subía en el pescante de la moto de Carlos. De los personajes más mayores que pasaron por allí se podía nombrar a Pepe Santodomingo, el dueño de los astilleros, a Paganini el de las conservas o a Canitró el de la mercería.