martes, 13 de noviembre de 2007

Las cosas nuevas

Fernando habla de las raquetas de tenis que llegaron de U.S.A., se podía decir que fue una época de modernidades, cambiaron muchas cosas en poco tiempo y estas memorias dan testimonio de ello. Por primera vez vi cómo los albañiles de la fábrica hacían tabiques usando unos polvos grises, el cemento, para construir el lavadero de mi casa (este recuerdo debe de ser bastante antiguo). Un hito importante fue la llegada de la TV con los tejados poblados de parrillas. Recuerdo que la vieja radio con los seriales de la tarde, que se oían con unas voces solemnes en todas las casas (Guillermo Sautier Casaseca era como un familiar de todos), pronto fue sustituida por la tele en blanco y negro con aquella lluvia que se ponía cuando se perdía la señal. Algunas veces desde mi casa sintonizaba Portugal, también tenía lluvia pero se podían distinguir mejor las imágenes de las películas (sin doblar). También se acabaron las neveras de hielo y llegaron las eléctricas, con ello me ahorré el tener que bajar a la fábrica de Massó a buscar los bloques de hielo. Llegó el butano y se acabó la cocina de hierro. Realmente, la cocina de hierro era un buen invento, tal vez se ganó en rapidez al cocinar con el gas --y, también, en engrase de toda la cocina--, pero la cocina antigua era muy útil en muchos sentidos: calentaba agua, calentaba la casa, servía para secar ropa y aprovechaba los restos del monte. Se acabó el fabricar el jabón con restos de aceite y sosa, aparecieron los supermercados, como el de Mucha en la Caína, y con ellos llegó el jabón en polvo. También llegó el chorizo Revilla y se acabaron los bocadillos de nata con azúcar y de plátano. Tal vez era el nacimiento de la sociedad de consumo.

Nota: Los recuerdos están asociados a un momento concreto en el que ocurre algo, por ejemplo, me acuerdo de la novedad que suponía para mi el descubrir que con aquellos polvos grises los obreros fabricaban piedra, es decir, tengo el instante en que descubro ese conocimiento. Por otro lado, también están asociados con el esfuerzo por conocer, recuerdo a mi padre trajinando con el cambio de la antena de radio que había en el tejado de mi casa por la de la TV. De las nuevas antenas, me preguntaba cómo podían funcionar y me daba cuenta que eran como un peine que tenía que capturar la onda invisible, al igual que las de radio lo hacían con el hilo tendido. También recuerdo lo que sabía de los viejos aparatos, veo la gruesa nevera vieja, oliendo a latón, y veo la cocina de hierro, con su plancha caliente y chisporroteando el fuego en medio de aquellos aros. Sabía que aquellas paredes gruesas eran para no perder el frío del hielo y que el deshielo se recogía en un compartimento de latón. Se que la plancha de hierro de la cocina dispersaba el calor hacia el calderín y que los aros regulaban el ancho de las cacerolas. Particularmente, recuerdo el momento en que descubría algo y lo que llegaba a saber de las cosas.

viernes, 9 de noviembre de 2007

La Alameda (Por Fernando)

Cuando sonaba la sirena de la fabrica, de repente aparecía un tropel de señoras vestidas de blanco y señores vestidos de azul, que invadían toda la alameda. Venían de toda la zona, de Darbo, de San Roque, de Balea..., el mas rezagado era Valentín (alto y degarbado). Pero al pobre le quedaban muy pocos minutos de vida. La alameda era su sepultura todos los dias. El encargado de cavarla era Berto, vaquero, pistolero... ( menos mal que lo resucitaba al día siguiente). Acordaros de la escena: Valentín, ese hombre alto y desgarbado escondido entre los árboles, esos plátanos, con un diámetro de tronco que nosotros no los dábamos abrazado; Berto agazapado en otro, (cada día en uno distinto), volviendo loco al paciente de Valentín. De repente, cuando se veían empezaban a sonar los disparos a discreción. La alameda se llenaba de gritos, pim, pam, pum. Uno de los dos caía muerto. Ellos tenían su código secreto y decidían, quién tenía que tirase al suelo y dar por perdido el duelo ese día. Después, Valentín se iba para la fábrica y Berto a empezar a llenar el suelo de la alameda de dibujos de vaqueros e indios, que los sometía a unas interminables guerras que podían durar días.
La alameda era el centro del barrio, jugábamos al fútbol, hacíamos carreras, buscábamos nidos, decidíamos en espontánea asamblea, cuándo empezábamos a recolectar leña para quemarla en San Xoan, o bien organizábamos partidos de fútbol contra otros barrios, los de Balea (que malos eran, El Poallo, el temible Cachirulo), los de la Caina (Camilo, Gaspar "Labios de Maragota", Carlitos "el Aventurero"), los del barrio Chino (los hermanos Yombo, los hermanos Perales). Bueno me parece que ésto da para otro capítulo.
En primavera se llenaba de numerosísimos pájaros, llenaban los árboles. Por la tarde cuando anochecía, sobre todo los gorriones, se juntaban a dormir y montaban un jaleo enorme. Cuando la noche se cerraba se callaban, entonces nosotros tirábamos piedras, los pájaros se asustaban y empezaba de nuevo el jolgorio.
Era como un jardín botánico. Los plátanos los más numerosos, los cipreses los más altos. Los más perfumados eran unos, que como frutos daban unas bayas negras, que usábamos de proyectiles para los tutelos (cerbatanas). Yo creo que eran Ficus. En la zona del garaje algunas especies de plantas, tenían un cartelito con el nombre pulcramente grabado en un letrero con letras de porcelana azul marino, con su nombre en latín. Lo sujetaba un palo de color azul pastel.
La alameda en realidad escondía un secreto, en su interior, era un gran depósito, tenía la barriga llena de agua. Los bancos donde nos sentábamos era las tapas, el registro por donde los operarios de Massó, accedían a su interior. Las tapas eran de zinc, y sí que quemaban cuando el sol calentaba. Cuando jugábamos a la pita alturiña, eran nuestro seguro. En los partidos de fútbol unas veces eran como un rival, otras, nuestra más férrea defensa. Paco Cuevas, siempre estaba sentado en ellas, como estaba gordo, no aguantaba el ritmo de los partidos. La parte que daba a mi casa, nos servía como pista de tenis. Las primeras raquetas, quiero recordar que las trajo José, el tío de Estrella y Finita de U.S.A. ¡Qué modernidad, eso del tenis! Al año siguiente los reyes nos surtieron a todos de raquetas.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Las personas yendo y viniendo

Me acuerdo de Mateo cuando iba y venía a la fábrica con su mono azul. De Carlos Ocaña con su vespa en la que alguna vez viajé yo de pié en el pescante. Del cura de Darbo, Don Bernardo, con su moto y su huevo-móvil cuando venía a la escuela. De mi padre saliendo y volviendo de la escuela. De Rosita y de Lolita trayendo el pan al mediodía. De Luis Baliño en bicicleta en la alamenda el día que me caí de espalda a la carretera de abajo. De Eugenio yendo y volviendo de la fábrica. De cuando venían los afiladores que arreglaban cuchillos y cacerolas. De cuando venían los albañiles de la fábrica a pintar las casas. De los turistas que buscaban Casa Simón para comer después de haber visitado la fábrica. De como iban y volvían los domingos la gente del campo de fútbol. Del padre de Fernando hacer la crónica del partido por teléfono. De cuando venían a podar los árboles de la alameda y dejaban las ramas amontonadas. De como pasaban los trabajadores de ida y de vuelta a la fábrica. De cuando vinieron los artistas de cine en el barco de pasaje a la cantina. De los turistas que iban a visitar la ballenera y llevaban hojas de eucalipto por el olor tan fuerte que había en los alrededores. De cuando venía en un avión Saeta a hacer vuelos rasantes el hijo de Adolfo, el de la cantina. De una vez que vino un portaaviones a Vigo y pasaron unos aviones cazas a baja altura por encima de mi cabeza. De cuando venían las jornaleras a plantar patatas en las huertas. De cuando venía el peluquero a cortarme el pelo en la huerta. De unos curas que habían venido a hacer unos ejercicios espirituales en la cantina.

Visita de artistas de SUEVIA FILM a Massó


domingo, 4 de noviembre de 2007

Las construcciones adicionales de Salgueirón

En Salgueirón había toda una obra de ingeniería hidráulica alrededor de la fábrica: Estaban los depósitos de agua (aljibes) en la alameda y el campiño, los depósitos de agua en lo alto del campiño --cerca de la casa de la abuela de Fernando--, y el que suministraba agua a las casas en el campo al lado de la sierra de Luis Hernández. También había que contar con la mina de agua. Recuerdo que en un determinado momento estuvieron los trabajadores de la fábrica estableciendo un sistema de medición del aljibe en los depósitos de la alameda, unas boyas con un dispositivo de detección del nivel para regular el llenado. Tal vez fue el momento en que cambiaron las tapas de los accesos --anteriormente metálicas con armazón de madera que quemaban cuando hacía mucho sol--, por otras de cemento. Subiendo de la fábrica a la alameda estaba el lavadero --no recuerdo haberlo visto funcionar--, que nosotros lo usábamos para correr alrededor por los planos inclinados dónde se frotaba la ropa.
Por otro lado, había una serie de elementos ornamentales en los jardines: Estaba el caracol con el niño en la alameda que se acabó por romper, el crucero en las cercanías del garaje y el horreo gallego cerca del hotel. Alrededor de la fábrica estaban los cañones y las anclas ferruginosas que decían que eran de la batalla de Rande. Al lado de la guardería había una fuente con un conjunto escultórico que contenía a unos niños y unos peces. Luego había una serie de bajorrelieves y cerámicas con textos por las paredes de las instalaciones de la fábrica. Creo recordar que había uno de esos textos en la carpintería, algo relativo a la madera si no recuerdo mal. También estaba la placa de la chimenea y los cartelitos que tenían algunos árboles y plantas, detallando su naturaleza.