Cuando sonaba la sirena de la fabrica, de repente aparecía un tropel de señoras vestidas de blanco y señores vestidos de azul, que invadían toda la alameda. Venían de toda la zona, de Darbo, de San Roque, de Balea..., el mas rezagado era Valentín (alto y degarbado). Pero al pobre le quedaban muy pocos minutos de vida. La alameda era su sepultura todos los dias. El encargado de cavarla era Berto, vaquero, pistolero... ( menos mal que lo resucitaba al día siguiente). Acordaros de la escena: Valentín, ese hombre alto y desgarbado escondido entre los árboles, esos plátanos, con un diámetro de tronco que nosotros no los dábamos abrazado; Berto agazapado en otro, (cada día en uno distinto), volviendo loco al paciente de Valentín. De repente, cuando se veían empezaban a sonar los disparos a discreción. La alameda se llenaba de gritos, pim, pam, pum. Uno de los dos caía muerto. Ellos tenían su código secreto y decidían, quién tenía que tirase al suelo y dar por perdido el duelo ese día. Después, Valentín se iba para la fábrica y Berto a empezar a llenar el suelo de la alameda de dibujos de vaqueros e indios, que los sometía a unas interminables guerras que podían durar días.
La alameda era el centro del barrio, jugábamos al fútbol, hacíamos carreras, buscábamos nidos, decidíamos en espontánea asamblea, cuándo empezábamos a recolectar leña para quemarla en San Xoan, o bien organizábamos partidos de fútbol contra otros barrios, los de Balea (que malos eran, El Poallo, el temible Cachirulo), los de la Caina (Camilo, Gaspar "Labios de Maragota", Carlitos "el Aventurero"), los del barrio Chino (los hermanos Yombo, los hermanos Perales). Bueno me parece que ésto da para otro capítulo.
En primavera se llenaba de numerosísimos pájaros, llenaban los árboles. Por la tarde cuando anochecía, sobre todo los gorriones, se juntaban a dormir y montaban un jaleo enorme. Cuando la noche se cerraba se callaban, entonces nosotros tirábamos piedras, los pájaros se asustaban y empezaba de nuevo el jolgorio.
Era como un jardín botánico. Los plátanos los más numerosos, los cipreses los más altos. Los más perfumados eran unos, que como frutos daban unas bayas negras, que usábamos de proyectiles para los tutelos (cerbatanas). Yo creo que eran Ficus. En la zona del garaje algunas especies de plantas, tenían un cartelito con el nombre pulcramente grabado en un letrero con letras de porcelana azul marino, con su nombre en latín. Lo sujetaba un palo de color azul pastel.
La alameda en realidad escondía un secreto, en su interior, era un gran depósito, tenía la barriga llena de agua. Los bancos donde nos sentábamos era las tapas, el registro por donde los operarios de Massó, accedían a su interior. Las tapas eran de zinc, y sí que quemaban cuando el sol calentaba. Cuando jugábamos a la pita alturiña, eran nuestro seguro. En los partidos de fútbol unas veces eran como un rival, otras, nuestra más férrea defensa. Paco Cuevas, siempre estaba sentado en ellas, como estaba gordo, no aguantaba el ritmo de los partidos. La parte que daba a mi casa, nos servía como pista de tenis. Las primeras raquetas, quiero recordar que las trajo José, el tío de Estrella y Finita de U.S.A. ¡Qué modernidad, eso del tenis! Al año siguiente los reyes nos surtieron a todos de raquetas.
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