Las Navidades son unas fiestas que gozan de una cierta radicalidad, cuestión que hay que tener en cuenta cuando analizamos estas fechas. Los niños vivíamos estas fiestas con ilusión, las vacaciones, los días especiales, la comida rica, los regalos de los Reyes,... Las vacaciones se nos acababan enseguida, el día después de Reyes llegaba sin tiempo para disfrutar los juguetes, era volver a la escuela con las ganas de jugar recien estrenadas. La comida era rica, platos especiales de la época, y sobre todo dulces. Pero la golosa dimensión no tiene parada y recuerdo estar empachado una Navidad tras otra, sin poder disfrutar de la comida. El Fin de Año era una fecha especial, acababa el año y empezaba uno nuevo, aunque daba miedo que no empezase el nuevo año y, además, tras una celebración por todo lo alto llegaba un primero de año soso y aburrido, sin ninguna actividad en la calle, debido a los excesos de la noche anterior. Los juguetes de Reyes, ¡qué ilusión esperando aquel juguete que queríamos!, qué desilusión si no llegaba. Núnca había contento completo, sobre todo, si los demás niños tenían lo que nos hubiera gustado tener. Tal vez esta radicalidad significaba que si abrazábamos, esperábamos, con mucha intensidad, corríamos el riesgo de llevarnos el chasco, lo que no nos decían era que teníamos que ir poco a poco.
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