Ahora que hemos pasado difuntos intento recordar aquella época y lo que me viene a la memoria es la visita al cementerio, en particular las mariposas que se ponían en aceite, el aspecto que tenían antes de encenderse. Era un sistema que duraba más que la vela, producía poca luz y todo lo más se podía apagar por ahogamiento en la masa de aceite. Era una débil llamita que recordaba a lo endeble de la vida humana, al menos a mí me lo parecía. También recuerdo que los niños cogíamos calabazas de los campos y les metíamos un trozo de vela dentro y simulando una cara las dejábamos en las escaleras que subían de Massó. La luz venía a simbolizar otra vez más, incluso para los niños, la vida humana. Tal vez seamos pequeñas luces dentro de nuestros cuerpos que iluminan la realidad que es el vivir, y cuando morimos nos apagamos sin más.
domingo, 4 de noviembre de 2012
sábado, 3 de noviembre de 2012
El Bonito y el Vigués
El Bonito y el Vigués eran dos peluqueros de Cangas que me cortaban el pelo. Tenían la peluquería en la calle San José, que era un cuartito pequeño a pié de calle con dos sillas de peluquería y un banco para sentarse y esperar turno. El Bonito hablaba mucho con su voz afónica y el Vigués lo hacía poco, como con cierta timidez. El Bonito era masajista del Alondras los domingos, por lo que la peluquería se convertía también en lugar de tertulia futbolística, sobretodo los fines de semana y los lunes. En verano había moscas y mientras cortaban el pelo o afeitaban le daban al cliente una escobilla, acabada en tiras de tela, para que las espantara. Cuando llegaba la hora de cerrar se cerraban las puertas y los últimos clientes quedaban dentro haciéndose la faena. Al final, cerraron la peluquería definitivamente cuando se jubilaron, no tuvieron quien siguiera el oficio, al Vigués no le recuerdo familia y al Bonito, que tenía un hijo que venía por la peluquería, tampoco le sucedió nadie.
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