El Bonito y el Vigués eran dos peluqueros de Cangas que me cortaban el pelo. Tenían la peluquería en la calle San José, que era un cuartito pequeño a pié de calle con dos sillas de peluquería y un banco para sentarse y esperar turno. El Bonito hablaba mucho con su voz afónica y el Vigués lo hacía poco, como con cierta timidez. El Bonito era masajista del Alondras los domingos, por lo que la peluquería se convertía también en lugar de tertulia futbolística, sobretodo los fines de semana y los lunes. En verano había moscas y mientras cortaban el pelo o afeitaban le daban al cliente una escobilla, acabada en tiras de tela, para que las espantara. Cuando llegaba la hora de cerrar se cerraban las puertas y los últimos clientes quedaban dentro haciéndose la faena. Al final, cerraron la peluquería definitivamente cuando se jubilaron, no tuvieron quien siguiera el oficio, al Vigués no le recuerdo familia y al Bonito, que tenía un hijo que venía por la peluquería, tampoco le sucedió nadie.
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