Ahora que hemos pasado difuntos intento recordar aquella época y lo que me viene a la memoria es la visita al cementerio, en particular las mariposas que se ponían en aceite, el aspecto que tenían antes de encenderse. Era un sistema que duraba más que la vela, producía poca luz y todo lo más se podía apagar por ahogamiento en la masa de aceite. Era una débil llamita que recordaba a lo endeble de la vida humana, al menos a mí me lo parecía. También recuerdo que los niños cogíamos calabazas de los campos y les metíamos un trozo de vela dentro y simulando una cara las dejábamos en las escaleras que subían de Massó. La luz venía a simbolizar otra vez más, incluso para los niños, la vida humana. Tal vez seamos pequeñas luces dentro de nuestros cuerpos que iluminan la realidad que es el vivir, y cuando morimos nos apagamos sin más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario