Ahora se ha puesto de moda en muchos sitios la barbacoa, pero hay que decir que antes en cada casa había una humilde parrilla que servía para poner unas sardinas o unos jureles a la brasa. La parrilla eran cuatro alambres que se pasaban arrinconados todo el invierno, que se sacaba cuando empezaba el buen tiempo y la temporada de estos pescados. Se ponían cuatro piedras en el suelo, o en un murito, se hacía una pequeña hoguera con los restos de la poda de los frutales que había por la huerta y en un instante había unas brasas para asar. Se decía que los sarmientos de las vid eran los mejores para hacer brasas, pero no había vides en todas las huertas, aunque recuerdo haber ido a buscar sarmientos para tal ocasión. Con el paso del tiempo se empezó a hablar de las sardinas del xeito y de la ardora, según la forma de pescar, pero por aquel entonces no había tal distinción. Un trozo de pan a modo de cama y la sardina o el jurel encima, comiendo con los dedos, era el sencillo y rico resultado de tan simple experiencia culinaria.
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