La calle de arriba era inicialmente el camino que yo tenía que recorrer para ir a la tienda de la Sra. Francisca, que tenían al lado el secadero de pulpo con aquellas moscas alrededor que hacían pensar en la salud de los que iban a comer aquel pulpo. La calle de arriba era también mi camino a la escuela y por ella volvía por las tardes con el trozo de queso en la mano corriendo a casa para coger un trozo de pan y comérmelo. Lo que me quedó grabado de aquella carretera eran los grandes surcos que se hacían en invierno por causa de las lluvias intensas (quedaba esculpida la carretera) y que sorteábamos los niños camino de clase. Delante de la escuela, que era la calle de arriba, jugábamos en los recreos al pañuelo y a otros juegos. La calle de arriba pasó a ser lugar de encuentro cuando hicimos pandilla, era donde estaba del garaje de Pancho, donde escuchábamos con aquel tocadiscos los singles de los Brincos, Mustang, Fórmula V,... También, era donde nos reuníamos en las entradas de las casas, como solíamos hacerlo en la de Fina y Estrella, en la de Merche o en la de Pili. Con el tiempo también se convirtió en la salida para San Roque, Darbo o Hío. Cuando pienso en ella me sitúo en las escaleras con descansillos que bajaban desde esa carretera hasta la alameda y que yo bajaba saltando de dos en dos o de tres en tres. Curiosamente a veces sueño que me escondo detrás de los troncos de los primeros árboles que había al bajar.
NOTA: La lluvia siempre me ha llamado la atención y máxime cuando la veía arreciar contra los cristales. Por un lado tenía la sensación de asombro por el espectáculo de la naturaleza descargando lluvia con aquella furia y por otro constataba la intensidad del temporal en las huellas que dejaba en la calle de arriba. Luego venía el consiguiente esfuerzo de los hombres para volver a rellenar los desperfectos. Para mí la lluvia se asemeja a las palabras que van cayendo y sonando en nuestro interior y que van disolviendo lo innecesario.
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