Las calabazas quedaban en los campos donde se había cultivado millo después de que este se hubiera recogido. Lo único que quedaba realmente eran los apilamientos del cañoto del millo en forma de meda cónico y las calabazas coloridas que habían madurado durante el verano, ambos productos estaban destinados al alimento de los animales --en algunos casos se cultivaban manguetas que servía para el consumo humano haciendo, por ejemplo, chulas. En este contexto era natural que los niños cogieramos las calabazas que quedaban en los campos y huertas, en general las pequeñas, y las utilizáramos para hacer las calabazas de difuntos. Una de estas calabazas la dejé un año, al atardecer, en las escaleras de subida de la fábrica, encima de un poste del pasamanos --tenía su vela y todo. El objetivo era dar miedo a los transeuntes en aquellas noches desapacibles del otoño, en las que realmente era como para espantarse el encontrar algo de luz y calor (un hilo de vida) en medio de aquella naturaleza moribunda.
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