Ahora que celebran los 50 años del viaje de Gagarin, recuerdo que mi tio Antonio y Avelino Boullosa hacían seguimiento en Cangas de los primeros satélites que empezaron a lanzar los rusos y los americanos. También estaba la perra de Adolfo, el de la cantina, que se llamaba Layca, supongo que en honor a su homónima viajera. Desde la alameda de Massó, en las noches oscuras, veíamos pasar satélites acostados sobre las entradas del aljibe. Eran puntos luminosos que semejaban estrellas pero con la diferencia de que estos se movían con mucha velocidad. Era entre los años sesenta y setenta. Ahora, cuando se puede ver un cielo estrellado, no es raro ver esos movimientos de satélites, por aquel entonces, era la carrera espacial en todo su auge.
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