miércoles, 21 de septiembre de 2016
Memoria olfativa
Es curioso pero el recuerdo del olor de las cosas queda muy persistente en la memoria. Los corchos que sobraban de los astilleros o el revestimiento de cámaras frigoríficas los utilizábamos para los barcos de vela que echábamos desde el muelle o el varadero. Estaban impregnados de alquitrán y tenían un olor fuerte a este elemento. El alquitranado debía ser una técnica de impermeabilización contra las humedades y en particular protegerían al corcho para que este ejerciera su función aislante. De los olores fuertes también se me quedó el de los desechos de ballena, que llevaban los carros para abonar los campos y cuyos regueros por el camino, eran bastante líquidos, los podíamos pisar incoscientemente o los podía usar mi perro para rebozarse contra los parásitos. También recuerdo el olor del vino en los lugares donde había cubas, como era el caso de la cantina. También se guardaba el vino debajo de la escuela de niñas. Un olor rico era el de los berberechos cuando llegaban al muelle de Massó. El desagüe de restos de pescado en el lateral de la fábrica también era fuerte. Recuerdo ver a unos visitantes de la fábrica con hojas de eucalipto en la nariz una vez que pasaban por allí. Con ser tan intenso a nosotros ya nos afectaba, estábamos acostumbrados. Otro olor que se recuerda es el de los pinos y eucaliptos ardiendo la noche de San Juan. Las rosas que crecían en la Alameda también tenían olor intenso, así como algunos árboles de la familia de los cedros. Los niños hacíamos un experimento curioso, frotábamos con saliva un brazo y cogía un olor característico que nosotros llamábamos olor a pollo.
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