Lo primero que me viene a la cabeza es lo frondoso que era el eucaliptal. Tenía unos eucaliptos enormes, con sus troncos lisos, que desprendían un intenso aroma. También recuerdo el gemir de aquellos árboles al moverse con el viento y rozarse unas ramas con otras acompañado por el rumor intenso de las hojas. Había un camino que lo cruzaba y permitía acortar para ir desde nuestras casas a las playas. En verano, creo recordar, los árboles florecían y se cubrían de aquellas flores blancas que más tarde se convertían en gruesas piringolas que solíamos coger los niños para jugar.
El eucaliptal escondía un tesoro. Crecían en el suelo, en los pequeños claros que había, fresas silvestres, unas pequeñas matas de estas plantas que daban unas fresecillas y que nosotros recogíamos y nos comíamos en el sitio.
NOTA: Desde siempre las semillas representan las ideas y los árboles el conocimiento que generan. En este caso me quedó grabado lo maravilloso del descubrimiento de una planta interesante que ni me imaginaba que existiera. ¡Y al amparo de aquellos enormes árboles!. Este nuevo conocimiento venía acompañado de la recompensa de poder disfrutar de aquellas fresas. Es el placer de DESCUBRIR por uno mismo lo que no se sabe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario