Siempre me he preguntado por el recuerdo más antiguo de mi memoria. Uno de ellos puede ser el que tengo corriendo con un triciclo delante de las escaleras de mi casa, raspándome con los setos y los arbustos que tenía aquel rincón de la Alameda. Otro recuerdo antiguo me lo avivó hace poco Carlos Ocaña, que me comentó que una vez pasó un carro de vacas por la carretera delante de su casa y una de las vacas hizo sus necesidades sólidas, ante lo cual yo, que estaba presente, dije: "pu de mu" (traducido al castellano, caca de vaca). Otro recuerdo, con menos de cuatro años, es el del susto que nos dieron los obreros del Garaje a Fernando y a mí, cuando fuimos a curiosear y nos dijeron que nos iban a encerrar en aquella grúa --aún tengo presente cómo me latía el corazón en el pecho. Tal vez, el más significativo y antiguo que recuerde, sea el del día en que quise vivir la vida de mi padre y me dí cuenta que no era posible.
NOTA: El no poder vivir en mi padre me hizo tomar conciencia de que así estaba configurado el mundo, cada uno en su cuerpo, y creo que me tuve que conformar a mi pesar, y al asustarnos con encerrarnos en la grúa tuve la sensación de perder el pequeño grado de libertad que me quedaba. Ese grado de libertad lo he usado toda la vida para transparentar el mundo, intentando poder llegar más allá de mi cuerpo y otras barreras artificiales.
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