En invierno eran frecuentes los apagones, la línea eléctrica sufría las consecuencias de los temporales y se iba la luz por unos instantes o, en el peor de los caso, por horas. Teníamos preparadas velas que se usaban para poder hacer la cena o simplemente poder ir a la cama. Las velas eran un elemento cotidiano en las casas para tal fin, y los niños jugábamos con los gotones de cera que escurrían vela abajo. También tenían mucho atractivo las sombras que se proyectaban en las paredes, oscilando con las perturbaciones de la llama cuando hacía una pequeña corriente de aire. Las velas procedían generalmente de las procesiones, después de su cometido ritual pasaban a su papel doméstico, acabando su vida útil cuando se rompían en mil pedazos o se consumían. Se ponían de pie en un platillo derritiendo unas gotas que se vertían en el centro y servían para pegar la vela al plato y mantenerla vertical. Con el tiempo amarilleaban y acababan tiradas en algún cajón de la alacena o del aparador como resto del invierno pasado para lo que pudiera venir.
1 comentario:
en aquellos tiempos habia unas linternas enormes, potentes, que se podian comprar en La Piedra que traian un barco grabado en el extremo opuesto al proyector de luz; el que enroscaba para cambiar las pilas, que me fascinaban
Carmelo
Publicar un comentario