viernes, 19 de julio de 2019

EL LIBRO (capítulos I, II y III)


Capítulo I
Introducción                                                                                           
Si hay una extensión natural de la familia de nacimiento esa es el grupo de niños y niñas con los que empiezas a jugar desde la infancia. Son los hermanos no de sangre (la hermandad) que te acompañan toda la vida, aunque con el tiempo no los tengas presentes. La cualidad que define este vínculo es que estás en igualdad de condiciones cuando los encuentras, hayas hecho lo que hayas hecho o cambiado a lo largo de toda la vida posterior, ya que sigues estando en el mismo estado horizontal de relación que tenías en ese momento, cualidad esta que es reconfortante.
En este escrito se relata el transcurrir de una época a través de los ojos de un grupo de niños de la zona de Salgueirón en Cangas de Morrazo, nacidos en la década de los cincuenta, ahora ya visto con la perspectiva de los años, y el análisis sereno de lo que fue esa etapa en sus vidas. El objetivo es rememorar el concepto de Paraíso, esa especie de Arcadia a la que retornar, testimoniando la vivencia de esos años a través de lo aprendido bajo la sombra de una empresa que se consideró modelo de la época, la conservera Massó Hermanos.
El sentido del testimonio es hacer presente una realidad, tal como se vivió, para mantenerla viva a fin de contrastarla con la realidad actual. Esta mirada retrospectiva es una oportunidad para el autoconocimiento, pero, hoy en día, también nos enfrentamos a retos de índole social y medioambiental importantes, una crisis de humanidad, y es necesario tener referentes de experiencias pasadas que permitan afrontar los nuevos problemas de la sociedad.
El hilo conductor del relato es la empresa Massó Hermanos en Cangas. En los años 50 y 60 predomina en España un modelo productivo empresarial de macroempresa autosuficiente, en cuanto a los medios necesarios para poner en el mercado su producto, en general monoproducto, solo dependiente de la materia prima exterior. En Galicia hay ejemplos de esto en empresas como la Calvo Sotelo en Puentes de García Rodríguez, de generación de electricidad fundamentalmente, o Frigsa en Lugo, de preparación de carnes de vacuno y cerdo. Al igual que Massó Hermanos, que elabora conservas de pescado, tienen un gran número de empleados y diversos talleres de apoyo táctico al fin empresarial. En Massó había fábrica de electricidad, taller de pintores, taller de fabricación de latas, fábrica de hielo, una ballenera, fábrica de harinas de pescado, etc. Había un grupo numeroso de trabajadores fijos y otro tanto de trabajadores temporales, mayoritariamente mujeres. En torno a la factoría había un grupo de casas para trabajadores dentro del grupo de los fijos, con alguna especialización o responsabilidad dentro del complejo fabril. Este grupo de casas junto con la fábrica constituían lo que se denomina la zona de Salgueirón. Y este grupo de niños, a los que se aludía antes, eran los hijos de estos trabajadores de la Fábrica.
En un análisis ligero de la evolución macroeconómica de estos años se puede entender lo que fue el marco espacio-temporal en el que se vivieron los acontecimientos en Salgueirón. Estas macroempresas serían el precedente de lo que hoy en día son los grandes grupos empresariales, de carácter internacional, que tienen un peso tan importante en la economía de los países. Lo que ha cambiado es el control del riesgo del capital, fundamentalmente en cuanto a los costes laborales, las empresas de antaño se sustentaban en un gran número de trabajadores con bajo coste laboral, las actuales en gran número de microempresas con gran coste laboral pero bajo número de efectivos. La transición ha venido de la mano de la crisis de materias primas y de los nuevos avances tecnológicos, por ejemplo en el caso de las conserveras el final de los caladeros tradicionales y el nacimiento de los congelados, fueron factores claves en su disminución y declive.
Este escrito contiene la voz de aquellos niños-adolescentes que viajaban en aquellos años de bonanza y turbulencias en aquel avión llamado Massó Hermanos y aterrizaron en el final de esta empresa en los años 70, con los vientos racheados de la nueva economía del último cuarto del siglo XX. Se ha recopilado la información de las entradas del blog salgueiron.blogspot.com.es que los autores han ido publicando desde 2007. Los capítulos se acompañan de post del blog con los recuerdos de los protagonistas en los que relatan las experiencias vividas desde su particular visión. Es una reflexión colectiva que intenta preservar la memoria de lo que fue en su momento la vida en el entorno de la fábrica de Massó, como un registro de la historia local de Cangas, con la intención de que pueda ayudar a comprender a futuras generaciones lo que fuimos y lo que seremos.


POST DEL BLOG
Memoria selectiva
Cada persona retiene en la memoria aquello que realmente le sirve. Ante un mismo hecho diferentes personas se quedan con diferentes énfasis de lo que ha ocurrido. Esto sería una especie de selección preferente de la realidad. Las distintas preferencias constituirían la realidad total. Lo importante para hablar del tema es ser precisos en el lenguaje porque las personas también usan las palabras con diferente carga semántica. Así, realidad puede significar diferentes cosas para diferentes personas. Lo que sí es un hecho es que las personas utilizan palabras propias que los demás aprendemos e intentamos repetir.

La memoria es una especie de oportunidad de crearnos a nosotros mismos, siempre recurrimos a ella y nos recuerda cuál es nuestro interés. Evidentemente juega un papel de experiencia de vida que nos enriquece y nos permite adaptarnos a las nuevas situaciones desde las que hemos vivido. Recuerdo esas películas en las que un personaje pierde la memoria y tienen que levantarse cada día como si tuviese que reconocer todo como novedad. Como una especie de metacognición debemos volver sobre nuestras experiencias para volver a leernos para mejorar.

¿Qué me dice un post como el del club Rodeiramar (Capítulo X)? Por supuesto que me hace visualizar como con una cámara del tiempo aquellos momentos y me enseña lo que veía. Pero en definitiva lo que hago es una descripción física del local, la estructura del mismo. Los apartados y las personas que había en cada apartado y básicamente en qué empleaban el tiempo. Estoy describiendo, por tanto, la estructura. Me fijaba en la estructura. Estoy informando como un testigo. Estas dos palabras: INFORMAR y ESTRUCTURA, me son propias. Forman parte de lo que soy. Muchos de los post que hay míos contienen estas dos constantes. Si testimonio es para informar a los que lo lean lo que ocurría en el interior de aquel local. Jugaban a las cartas y charlaban agrupados en torno al juego y por géneros. Por supuesto que se tejían relaciones que no descubro, y no hago valoraciones de los hechos, mi testimonio es un acto de transparencia, es la aproximación a lo que en verdad allí ocurría. Es el sentido de la vida. En este caso es que las personas, independientemente de su condición social y la época, se asocian por categorías en torno a reglas como las del juego para ser felices.

Nuestra propia pandilla adolescente era una sociedad, había reglas no escritas, entraban nuevos componentes presentados por otros miembros, jugábamos y hacíamos actividades conjuntamente. Estábamos los niños por un lado y las niñas por otro. Cada uno sabía su lugar en el barrio. Hasta teníamos locales propios. Estábamos así por nuestra felicidad, eso es lo que reportaba la asociación. Los cambios generacionales terminaron con la disolución de los miembros de la sociedad. No fue desde dentro, fue desde fuera. Salimos para estudiar, hicimos nuevos amigos, amigas, novias, novios, etc. Es lo propio que estos entornos sean generacionales, cumplen un cometido, después desaparecen. Es la construcción de la sociedad para albergar y "proteger" la vida. El club Rodeiramar también protegía una forma de vida. Pero estaba destinada a desaparecer, por los cambios generacionales. La conclusión es que siempre es necesario buscar una casa que nos albergue a todos, seguro que la hay, pero las generaciones la tienen que ir buscando.


Memoria olfativa
Es curioso pero el recuerdo del olor de las cosas queda muy persistente en la memoria. Los corchos que sobraban de los astilleros o el revestimiento de cámaras frigoríficas los utilizábamos para los barcos de vela que echábamos desde el muelle o el varadero. Estaban impregnados de alquitrán y tenían un olor fuerte a este elemento. El alquitranado debía ser una técnica de impermeabilización contra las humedades y en particular protegerían al corcho para que este ejerciera su función aislante. De los olores fuertes también se me quedó el de los desechos de ballena, que llevaban los carros para abonar los campos y cuyos regueros por el camino, eran bastante líquidos, los podíamos pisar inconscientemente o los podía usar mi perro para rebozarse contra los parásitos. También recuerdo el olor del vino en los lugares donde había cubas, como era el caso de la Cantina. También se guardaba el vino debajo de la escuela de niñas. Un olor rico era el de los berberechos cuando llegaban al Muelle de Massó. El desagüe de restos de pescado en el lateral de la fábrica también era fuerte. Recuerdo ver a unos visitantes de la fábrica con hojas de eucalipto en la nariz una vez que pasaban por allí. Con ser tan intenso a nosotros ya no nos afectaba, estábamos acostumbrados. Otro olor que se recuerda es el de los pinos y eucaliptos ardiendo la noche de San Juan. Las rosas que crecían en la Alameda también tenían olor intenso, así como algunos árboles de la familia de los cedros. Los niños hacíamos un experimento curioso, frotábamos con saliva un brazo y cogía un olor característico que nosotros llamábamos olor a pollo.


Memoria auditiva
Me cuenta Merche que la sirena de Massó tenía códigos para que la gente entendiera a quién llamaba: según fuese un toque, dos o tres se llamaba a gente de distinta zona. Esto ocurría cuando había jornadas extraordinarias. La razón era que en determinadas temporadas de pesca los barcos volvían a puerto cuando ya acababan de llenar las bodegas, además podía haber bonificaciones en los precios según el momento de la llegada del pescado, esto implicaba que un barco podía atracar un fin de semana en el muelle y entonces había que descargarlo.


La extraña fascinación de lo vivido
Resulta extraño esto de recordar lo vivido, tiene una atracción inquietante el volver a ver aquellos momentos del pasado, en parte porque son recuerdos específicos que nos marcaron --recordamos unas cosas más que otras--, y en parte porque hay una nostalgia de lo que no volverá. Tal vez si volviésemos a aquellos momentos no nos parecerían tan valiosos o tal vez sí. Recuerdo que Rafaela decía que si tuviese que volver para atrás en el tiempo querría que fuese con la experiencia acumulada que tenía en aquel momento, volver con la mentalidad anterior no valía la pena. No cambiaba juventud por experiencia. El sentir que me provocan estos recuerdos es parecido a un vacío en el estómago o un corte con un cuchillo a la altura del estómago de una extraña dulzura. Tal vez sea la naturaleza de lo que se llama emoción.


Adolescencia  
Recuerdo haber hecho alguna vez una redacción en el colegio sobre la adolescencia y, también recuerdo que no había quedado muy satisfecho. Consideraba entonces que tal motivo de redacción quedaba muy alejado de mis capacidades discursivas para hacer algo digno. Sin embargo, hoy por hoy, tengo que volver a reconsiderar tal tema, creo que tal vez las cosas nos ocurran con alguna premeditación y si persisten en la memoria es señal de que tenían y tienen sentido para nosotros.
Este blog nació como necesidad de recuperar esta etapa de la adolescencia que vivimos un grupo de chiquillos en Salgueirón, al menos por mi parte era una relectura de la memoria de entonces, volver a leer qué es lo que había perdurado en la memoria personal y colectiva para así fijar qué es lo que nos llamó la atención entonces. Mi memoria de aquella etapa es el recuerdo de los árboles fundamentalmente, lugar donde permanecíamos colgados gran parte del tiempo. Los árboles tienen un simbolismo muy fuerte, son estructuras que crecen de las semillas, son el crecer generativo y son, en definitiva, la firmeza ante el empuje que quiere derribarlo todo. Los árboles se queman, pero vuelven a renacer, son Aves Fenix que siempre vuelven a estar de pie, es decir, volver a recuperarse después del conflicto. Esto es la adolescencia permanente de las personas en todas las etapas de la vida, siempre aprendiendo, siempre en conflicto, siempre purificándonos, volviendo a empezar de nuevo con más sabiduría, siempre buscando después de la caída subirnos al árbol de la fe en la que colgar y confiar nuestras vidas.



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Capítulo II
Del salazón a las conservas de lata
Los avances científicos de la época están detrás de las revoluciones socio-económicas. En el siglo XVIII hay un comercio entre las costas levantinas y las Rías Bajas, son los catalanes los que van y vienen con sus barcos trayendo aceite y vino y llevándose las sardinas de las rías. En este trasiego, acaban por establecerse en la rías y montar sus propias fábricas de salazón de sardinas, mejorando el sistema de salar el pescado para que durase más en el transporte. Esta industria incipiente en las costas gallegas atrae a las poblaciones que están más al interior, para trabajar como mano de obra, y acaban incrementando los núcleos poblacionales costeros.
En Bueu, a principios del XIX, se establecen varios catalanes y entre ellos está Salvador Massó Palau que crea una fábrica de salazón. Es a finales del XIX cuando estos empresarios catalanes, en colaboración con los franceses, los bretones son los que inventan la conserva en lata, transforman  las industrias de salazón en industrias de conserva en lata. Salvador Massó y sus hijos, Gaspar y Salvador inician una colaboración con Francia exportando fundamentalmente conserva de sardina. Este proceso resulta exitoso y pronto se dedican a envasar otros productos aparte de la sardina. La Primera Guerra Mundial supuso un auge en la exportación de conservas para todos estos industriales conserveros y para la segunda generación de los Massó.
Es en los años treinta del siglo XX cuando aparece la tercera generación de esta saga, Gaspar, José María y Antonio, hijos de Gaspar Massó Ferrer, se crea la fundación de la sociedad Massó Hermanos S. A. y se decide entonces la creación de la factoría de Cangas, que empieza a construirse sobre 1937 siguiendo el proyecto de Tomas Bolívar Sequeiros y del arquitecto Jacobo Stens Romero. Hay un apoyo explícito del nuevo régimen existente en España para la expansión de esta industria familiar, y se llega a distinguir a la conservera con el título de "empresa ejemplar" y a Gaspar Massó García, con la Medalla del Mérito al Trabajo.
Es en la década siguiente, los años cuarenta, en la que se va construyendo todo el complejo de la Fábrica de Salgueirón con todas las construcciones accesorias a la misma: el Varadero, los muelles, el Garaje, los campos de redes, las casas de los trabajadores, los depósitos de agua, etc. A finales de los cincuenta aún se están acabando de construir algunos elementos de la misma. Hay dos canteras en la zona, la del “Montiño” y la que está a los pies de la escuela de Balea. En la primera aún se está extrayendo piedra a finales de los cincuenta y se está terminando la construcción del entorno del Garaje.
La Ballenera de Balea se empieza a construir a mediados de los cincuenta, y la de Morás, en el norte de Lugo, en los años sesenta. A Balea vienen trabajadores del norte de África donde existían factorías similares y ayudan a montar la planta.
Es en la década de los setenta con la cuarta generación de la familia cuando empieza la decadencia de la empresa por diversos factores, la falta de acuerdo entre los distintos herederos, la crisis de la colza, los costes laborales, la oposición social a la pesca de ballenas, el agotamiento de caladeros, etc, agravado por la sobredimensión de la empresa, siendo la Xunta de Galicia la que se hace cargo de la misma intentando reflotarla con un plan de viabilidad que no da resultado y acaba con su cierre a principio de los noventa.


POST DEL BLOG
Las conservas y otros productos
Las conserveras tenían fama de hacer unas conservas mejor que otras y había especialización en tal o cual tipo de conserva. Decían que las de Cervera eran las de más calidad en conjunto. Massó hacía fundamentalmente el bonito, las sardinas, las anchoas, los mejillones y los berberechos, con un buen nivel, aunque también había otras opciones (chandarme, zamburiñas, navajas,...). La Ballenera producía aceite y carne de ballena, que aunque se comía no sé muy bien a dónde iba a parar. Con el tiempo se fueron abriendo las opciones, se empezó a producir harina de pescado, supongo que para la alimentación animal, sopas de pescado en sobre, como las de Knorr, y por último, se acondicionó el edificio anexo de las redes como un gran frigorífico. Este último paso era el adecuado para reconvertir la Fábrica a los grandes frigoríficos, tipo Pescanova o los del Morrazo, pero el caso es que no fue suficiente para mantener la industria en pie.
Carátula de una de las latas de conserva


La Fábrica de Massó por dentro
Estoy apoyado en la barandilla de espaldas a las oficinas, en el piso superior, mirando la Fábrica por dentro, un enorme espacio para mis ojos, con actividad de trabajo. Unas filas largas de mujeres vestidas de blanco, con pañuelo en la cabeza, cogen el bonito o las sardinas de las parrillas que transportan unas cintas en un recorrido continuo, una vez llenadas las latas las vuelven a la cinta. Al final del proceso están las calderas, o autoclaves, donde previo al añadido de aceite se deben de cerrar automáticamente. Hay filas paralelas para cuando haya mucho trabajo pero lo habitual es que sólo esté funcionando la fila de la derecha. A la izquierda, cerca de la entrada de la torre han puesto unos pilones de agua dónde tienen el pescado a lavar o a la espera de que se vaya avanzando el género. En la parte superior, a la derecha están las oficinas técnicas y los talleres mecánicos donde se hacen las latas. Este nivel superior acaba al fondo al nivel de la calle, por el Garaje, por encima de la Chimenea. Debajo de mí está la entrada, a veces entran los camiones dentro de la Fábrica, por la entrada principal, a cargar las cajas de latas de conserva. A la derecha de la entrada, en la planta baja, está el taller eléctrico, con su suelo de goma. También abajo, a mi izquierda, debajo de la torre se encuentra la entrada al subterráneo donde está la producción de hielo. Huele al pescado cocido.


Las visitas de Don Gaspar
Los niños de Salgueirón nos movíamos con toda familiaridad por la Fábrica porque todo el mundo nos conocía, no es que nos metiéramos en todas partes pero si podíamos cruzar la Fábrica de cabo a rabo con absoluta tranquilidad. Pero, había una excepción, cuando venía Don Gaspar a visitarla no se nos ocurría ni aparecer para no estorbar. Esas visitas eran esporádicas pero nos enterábamos por el coche oficial, aunque es curioso porque realmente ni lo llegábamos a ver.


Los campos de redes
Entre el campo de fútbol y el Hotel había un gran campo de redes que solía cruzar cuando iba a la playa de Areamilla. Había otro gran campo de redes yendo para San Roque y otro en la carretera nueva. Consistían de unos tendederos para secar las redes en filas paralelas, hechos con postes de granito y unos alambres gruesos como tendidos. La técnica de construcción era la misma que la de las parras de los viñedos. Las redes antiguas eran de hilos que quedaban húmedos al venir de la mar y se podían pudrir, por eso había que secarlas; posteriormente se empezaron a hacer de nylon y ya no tenían ese problema, con lo que los tendederos quedaron en desuso. Pocas veces vi poner a secar redes en el campo de redes de Salgueirón, las tenían que traer en camiones y las extendían por todo lo largo del campo para que secasen bien.


La Chimenea
Alta, enhiesta, rota. Hoy sigue igual. Como si por ella nunca pasara el tiempo.
Nunca tuve muy claro si su función era tan importante como lo es su altura. Lo  que sí recuerdo es la utilización que hacíamos de ella, pues era un punto de referencia:
– Vamos en bicicleta hasta la Chimenea…
– A ver quién llega antes a la Chimenea…
– Te espero por la Chimenea…

Pero mi referencia más clara es la de un día en que Merche y yo hicimos una parada con nuestras bicis, nos pusimos a competir sobre quién sería capaz de leer la placa metálica que había en su base, sin respirar; y que seguramente por la dimensión del texto, lo repetimos tantas veces, que no lo volvimos a olvidar.

Esta placa estaba dedicada a uno de los obreros que participaron en su construcción y que tuvo un accidente por querer auxiliar a un superior en peligro. El texto rezaba de la siguiente manera:

La dirección y personal de Massó Hnos S.A. al obrero albañil Manuel Fernández Otero, herido gravísimo el 4 de diciembre de 1940. Triple fractura de cráneo al pretender auxiliar con generoso impulso al gerente de esta empresa cayendo de la chimenea en construcción desde considerable altura.

Aunque parezca imposible y según me cuenta mi padre, este señor no falleció en este día fatídico, aunque se pasó el resto de su vida sin recuperar la consciencia.
Este texto, que tengo memorizado desde hace tantos años, me hizo revivir en innumerables ocasiones cómo sería la secuencia de este accidente.

La Chimenea, que es vecina de la casa de mis padres, sigue estando presente en mi vida. La contemplo con la misma curiosidad de antaño: igual de vieja, igual de alta e igual de rota. La verdad es que no cambió nada.

Por todo ello, creo que es una de las construcciones que merece una mención especial por mi parte en el recuerdo de nuestras vivencias en el barrio de Salgueirón.


Las construcciones adicionales de Salgueirón
En Salgueirón había toda una obra de ingeniería hidráulica alrededor de la Fábrica: Estaban los depósitos de agua (aljibes) en la Alameda y el Campiño, los depósitos de agua en lo alto del Campiño --cerca de la casa de la abuela de Fernando--, y el que suministraba agua a las casas en el campo al lado de la sierra de Luis Hernández. También había que contar con la Mina de agua. Recuerdo que en un determinado momento estuvieron los trabajadores de la Fábrica estableciendo un sistema de medición del aljibe en los depósitos de la Alameda, unas boyas con un dispositivo de detección del nivel para regular el llenado. Tal vez fue el momento en que cambiaron las tapas de los accesos --anteriormente metálicas con armazón de madera que quemaban cuando hacía mucho sol--
José María y Miguel Ángel con el ancla
por otras de cemento. Subiendo de la Fábrica a la Alameda estaba el Lavadero --no recuerdo haberlo visto funcionar--, que nosotros lo usábamos para correr alrededor por los planos inclinados dónde se frotaba la ropa.

Por otro lado, había una serie de elementos ornamentales en los jardines: Estaba el Caracol con el niño en la Alameda que se acabó por romper, el Crucero en las cercanías del Garaje y el Hórreo gallego cerca del hotel. Alrededor de la Fábrica estaban los cañones y las anclas ferruginosas que decían que eran de la batalla de Rande. Al lado de la Guardería había una fuente con un conjunto escultórico que contenía a unos niños y unos peces. Luego había una serie de bajorrelieves y cerámicas con textos por las paredes de las instalaciones de la Fábrica. Creo recordar que había uno de esos textos en la Carpintería, algo relativo a la madera si no recuerdo mal. También estaba la placa de la Chimenea y los cartelitos que tenían algunos árboles y plantas, detallando su naturaleza.


El Niño y el Caracol
"El niño y el caracol" era la escultura que había en la Alameda, un niño montado sobre un caracol adecuado a su tamaño. Sobre los tres o cuatro años me hicieron una foto con ella --que aún conservo--, en la que la escultura estaba entera, y digo entera porque al poco tiempo se partió por la mitad. Quedó sólo el caracol, la imagen del niño desapareció, y este elemento lo usábamos los niños para hacer la portería de los partidos de fútbol que jugábamos con tanto ahínco (tal vez se rompió por esa utilidad de poste de portería que le dimos a la escultura desde el principio). Ya más adelante no había restos de la estatua, desapareció y, si simbolizaba el juego infantil, allí quedábamos nosotros rompiendo zapatos dando patadas al balón.
Pacucho con el Niño y el Caracol
  

Los letreros de Massó
En esta foto podemos ver el letrero que estaba en la entrada a la carpintería. En cierto aspecto había una línea didáctica en distintos lugares del entorno con cartelitos de más o menos envergadura. Este estaba hecho en cerámica, y la verdad es que nos llamaba la atención de pequeños aquello de que los pescadores usasen explosivos, máxime cuando en aquella época y en aquella zona no era conocida tal artimaña.
Placa educativa situada en la Carpintería

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Capítulo III
Época de bonanza
La segunda mitad de los cincuenta y los sesenta es la época en la que la factoría de Massó  Hermanos  S. A. en Cangas va creciendo a la sombra de la mejora económica del país. Son años de bonanza y crecimiento de la economía y de grandes cambios en las vidas domésticas de las familias. Aparecen muchos avances tecnológicos que repercuten en el día a día de las personas. Es el momento en que nacen y viven la infancia y adolescencia la mayoría de los que después constituyen la Pandilla generacional de Salgueirón, a la que hace referencia el escrito.
Al final de la década de los cincuenta ven la Fábrica funcionar desde los ojos de niños que están empezando a vivir. Los inviernos son crudos, ventosos, lluviosos y fríos. Las heladas invernales dejan los charcos congelados y las goteras de los grifos exteriores con carámbanos. Cuando hay fuertes lluvias, el suelo de las dos carreteras, la de Arriba y la de Abajo, aparece labrado con grandes surcos por la falta de tierra que se lleva las torrenteras. Cada primavera vienen empleados de la Fábrica con camiones de tierra a rellenar los desperfectos. Los niños pasan gran parte del tiempo en la Escuela, mañana y tarde, incluidos los sábados por la mañana.
Los veranos son calurosos, empiezan en junio y acaban en septiembre, y es época de no hacer nada y de merodear por el entorno. Son las vacaciones. Los niños suelen estar por los alrededores de la Fábrica y por dentro. Entran libremente en ella y la recorren de cabo a rabo.
Hay mucho movimiento en la Fábrica, grandes camiones entran con bidones de aceite o pescado del Cantábrico, y salen con cajas de conservas en lata. La Fábrica tiene hasta conductores en nómina.  Hay personal fijo y personal eventual. Cuando hay pescado se convoca por la sirena a los trabajadores, en la mayoría mujeres, tanto de Cangas como de los barrios próximos. Se entra y sale de la Fábrica a golpe de sirena, los trabajadores tienen unas tarjetas para fichar que perforan a la entrada y a la salida.
Por la Alameda pasan los que vienen de Balea, la Caína o San Roque, los barrios cercanos. Es un río de batas blancas y mandilones y, monos azules. En invierno es de noche cuando vuelven de trabajar. Hay épocas en que no pasan y es cuando falta pescado, solo van los que son fijos.
Muchos de los trabajadores comen en la factoría, hay una Cantina que regenta Adolfo y en un gran comedor hacen el almuerzo con lo que traen de casa. La Cantina les proporciona vino que está almacenado en grandes barriles y Adolfo lo saca con medidas de cuartillo, y gaseosas de las que hace Román en Cangas. También hay vestuarios con duchas para hombres y mujeres para que se cambien al entrar o al salir. La Fábrica huele a pescado cocido y en los talleres hay grasa y polvo.
En verano hay berberecho y almeja, hasta entrada la noche están llegando al muelle los motorcitos cargados con los moluscos. Vienen de la zona de Moaña y Redondela, fundamentalmente, que es dónde hay grandes arenales. Los niños cogen berberechos y se los comen allí mismo al lado de tractores, marineros y trabajadores. Nadie les dice nada, Tienen una edad en la que se les permite todo.


POST DEL BLOG
La Báscula
A la entrada de la Fábrica de Massó, a la izquierda, había una báscula para pesar los camiones. Era una plancha de hierro rectangular en la que cabía un camión grande. Supongo que pesando el camión en lleno y luego vacío calculaban el peso de la carga. Había una ventana que daba a la Báscula desde donde se daban instrucciones al conductor para poner y quitar el camión, el propio portero (el padre de Pili) era el que la manipulaba. Normalmente los camiones que salían de la Fábrica llevaban todo tipo de conservas y los que llegaban podían traer desde pescado hasta aceite de oliva, pasando por sal o cualquier otra materia prima. La gente pasaba caminando por encima de la Báscula cuando estaba libre y recuerdo que era bastante estable.


La Guardería
La Guardería era la vertiente social de la Fábrica, obra de la asistente social Ana María. Vi unas fotos de la Guardería este verano y me hicieron recordar aquellas cunas de tela que colgaban de una estructura metálica, aunque lo que más me vino a la memoria fue el olor a niños pequeños que se desprendía por aquella puerta, mezcla de colonia y biberones -había una señora delgada encargada de la Guardería que vivía por la de los Palacio, pero no consigo recordar su nombre. Lo que si hacíamos era jugar en el estanque con los chafarís y mirábamos aquellos peces de colores que había nadando. El mecanismo de la fuente era que salía agua por los chafarís y se eliminaba por unos sumideros de rebose, los cuales tenían un efecto de succión y que nosotros tapábamos para notarlo. ¡Qué gran asociación entre el estanque y la Guardería!


La Sirena de Massó I
La Sirena de la Fábrica formó parte de nuestra cotidianidad durante todo el tiempo que allí vivimos. Recuerdo, si no me equivoco, que sonaba a las doce y media marcando el fin de la jornada de mañana. Cuando esto ocurría, a los cinco minutos la Alameda se llenaba de mujeres y hombres que a toda prisa se dirigían a sus casas a comer, unos subiendo por el ramal que los conducía a la zona de la carretera y Balea, otros bajando hacia el Hotel.


La Sirena de Massó II
La entrada y salida de la Fábrica se hacía a golpe de sirena. Sonaba por la mañana temprano, al mediodía, por la tarde temprano y a última hora de la tarde. Todo dependía del pescado que hubiera llegado. Había personal fijo y personal discontinuo, para éstos últimos era fundamentalmente la Sirena. Sonaba en varios kilómetros a la redonda (estábamos acostumbrados a aquel pitido) y ésta era la señal de que había trabajo. Los trabajadores y trabajadoras tenían que fichar en un reloj-panel que había a la entrada, así se controlaban las horas de trabajo y, por cierto, el salario se daba en unos sobres beiges.
La Fábrica funcionando


La Cantina de Massó
La Cantina de Massó estaba encima de los vestuarios, su cometido era servir de comedor para que la gente comiera al mediodía y siguiera trabajando por la tarde. Las mujeres y los hombres traían la comida de casa en tarteras envueltas en paños, que tal vez calentaban en la Cantina, y lo que consumían allí era, preferentemente, la bebida y el pan. Había un apartado de la Cantina donde estaban los toneles de vino, Adolfo tenía unas medidas de cuartillo, medio o un litro y con ellas servía el vino. Curiosamente tenía una pequeña bodega de vino debajo de la escuela de las niñas en el Hotel. Cuando pusieron televisión, recuerdo que me quedaba viendo los partidos del Real Madrid, las películas de Rintintín o de Patrulla de Caminos, cuando iba a buscarle el vino a mi padre.


El Hórreo de Massó
Enfrente al Hotel, en la bajada de la carretera de Arriba a la de Abajo, había un hórreo --ahora parece que ya no está--, que se conservaba muy bien ya que era de nueva construcción. Más abajo, en la rotonda, delante del Garaje, estaba el Crucero que hacía juego con el Hórreo. El Hórreo tenía una función más ornamental que otra cosa aunque recuerdo que en su momento José, el jardinero, guardaba en su interior las herramientas que empleaban en el arreglo de jardines. El lugar en el que estaba no era seguro para los niños porque quedaba a una altura considerable sobre la carretera de Abajo y tenía su peligro.


Bañarse en el Carro
Cuando llegaba el verano nos bañábamos en el "Carro". El Carro estaba situado al lado de la playa de don Paco, frente al economato y se llamaba así porque era por dónde subían los veleros que estaban allí varados para poder repararlos. Sólo conseguí bañarme allí una o dos veces, nunca entendía el por qué mis padres no me dejaban hacerlo.


Marisquear
En verano hacíamos ganapanes para coger camarones en las charcas. Teníamos que saber cuándo era marea baja porque era el mejor momento para buscar entre las covachas donde pillar alguno. También escarbábamos en la arena y cogíamos algunas almejas tipo chirla y berberechos. Los mejillones no los solíamos coger por temor a la toxina. Tampoco cogíamos lapas porque eran muy duras. Lo que si llevábamos eran caramujos, los buscábamos que fueran gorditos para que tuvieran comida. Había erizos, pero en aquella época no se comían. Todos estos mariscos los comíamos como un entretenimiento y había en abundancia, ahora me parece que ya escasea más.


Pescar en el muelle de Massó
La pesca desde el muelle era de las cosas que más nos divertían en verano. Pasábamos gran parte del tiempo intentando coger aquellos peces que veíamos en medio del agua. Lo primero que hay que decir es que había una gran abundancia de peces de varios tipos pero, fundamentalmente, en gran parte eran buracitos (panchitos) lo que se observaba a simple vista. La pesca tenía su ritual, había que empezar por buscar una caña india, comprar tanza, anzuelo, flotador, plomos y anillas, para montar las cañas de pescar. Luego había que conseguir maga de sardinas o miñocas en las mareas bajas y, por último, armarse de paciencia para coger los buracitos. Se podía pescar en la superficie o en el fondo y, en este caso, se obtenían otros pescados como las fanecas. De vez en cuando se veían bolitos, agujas, serranes, mújeles y otros especímenes. Solíamos coger unos cuantos buracitos y por la noche nos los freían nuestras madres para cenar. Los puestos de pesca eran en la punta del muelle pero, alguna vez, cuando había barcos atracados nos poníamos a pescar en las mismas bordas. Los días de nortada no se pescaban bien porque los peces se pasaban al otro lado de la escollera, es curioso como el viento frío del norte ahuyentaba a los peces, y nosotros nos poníamos sobre las rocas con el consiguiente peligro de caernos.


Un escape de amoníaco
Una vez hubo un escape de amoníaco en la Fábrica de Massó, en la parte donde se elaboraba el hielo, y todos los trabajadores tuvieron que salir fuera de la Fábrica. Recuerdo que yo estaba por "el Carro" (estaba bañándome) y llegaba el olor hasta allí. Si no me equivoco tengo noción de ver venir los bomberos de Vigo o de Pontevedra. Decían que había habido personas afectadas con una cierta gravedad. Tenía que haber sido un accidente serio cuando habían evacuado a todos los trabajadores. Tal vez de este suceso saqué yo una cierta aprehensión a bajar a las cámaras del hielo cuando me mandaban en verano a por los bloques para la nevera.


Los trabajadores de la luz
Cuando se hacía una acometida eléctrica primero traían aquellos postes de madera embreada y los dejaban sobre los caminos. Luego venían y los ponían verticales. A continuación aparecían los de la electricidad con aquellos aperos para escalarlos: unas espuelas y un cinturón con el que abarcaban su cintura y el poste. Así encaramados se mantenían en lo alto haciendo la instalación. Cuando se iban quedaba el poste con la señal de aquellos espolones con los que se apoyaban al subir. Curiosamente esta técnica es la que me encontré en los podadores de palmeras cuando llegué a Canarias. Técnica que también ha desaparecido recientemente.



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