Capítulo I
Introducción
Si hay una extensión natural de
la familia de nacimiento esa es el grupo de niños y niñas con los que empiezas
a jugar desde la infancia. Son los hermanos no de sangre (la hermandad) que te
acompañan toda la vida, aunque con el tiempo no los tengas presentes. La
cualidad que define este vínculo es que estás en igualdad de condiciones cuando
los encuentras, hayas hecho lo que hayas hecho o cambiado a lo largo de toda la
vida posterior, ya que sigues estando en el mismo estado horizontal de relación
que tenías en ese momento, cualidad esta que es reconfortante.
En este escrito se relata el
transcurrir de una época a través de los ojos de un grupo de niños de la zona
de Salgueirón en Cangas de Morrazo, nacidos en la década de los cincuenta,
ahora ya visto con la perspectiva de los años, y el análisis sereno de lo que
fue esa etapa en sus vidas. El objetivo es rememorar el concepto de Paraíso,
esa especie de Arcadia a la que retornar, testimoniando la vivencia de esos
años a través de lo aprendido bajo la sombra de una empresa que se consideró modelo
de la época, la conservera Massó Hermanos.
El sentido del testimonio es
hacer presente una realidad, tal como se vivió, para mantenerla viva a fin de
contrastarla con la realidad actual. Esta mirada retrospectiva es una
oportunidad para el autoconocimiento, pero, hoy en día, también nos enfrentamos
a retos de índole social y medioambiental importantes, una crisis de humanidad,
y es necesario tener referentes de experiencias pasadas que permitan afrontar
los nuevos problemas de la sociedad.
El hilo conductor del relato es
la empresa Massó Hermanos en Cangas. En los años 50 y 60 predomina en España un
modelo productivo empresarial de macroempresa autosuficiente, en cuanto a los
medios necesarios para poner en el mercado su producto, en general
monoproducto, solo dependiente de la materia prima exterior. En Galicia hay
ejemplos de esto en empresas como la Calvo Sotelo en Puentes de García Rodríguez,
de generación de electricidad fundamentalmente, o Frigsa en Lugo, de preparación
de carnes de vacuno y cerdo. Al igual que Massó Hermanos, que elabora conservas
de pescado, tienen un gran número de empleados y diversos talleres de apoyo
táctico al fin empresarial. En Massó había fábrica de electricidad, taller de
pintores, taller de fabricación de latas, fábrica de hielo, una ballenera,
fábrica de harinas de pescado, etc. Había un grupo numeroso de trabajadores
fijos y otro tanto de trabajadores temporales, mayoritariamente mujeres. En
torno a la factoría había un grupo de casas para trabajadores dentro del grupo
de los fijos, con alguna especialización o responsabilidad dentro del complejo
fabril. Este grupo de casas junto con la fábrica constituían lo que se denomina
la zona de Salgueirón. Y este grupo de niños, a los que se aludía antes, eran
los hijos de estos trabajadores de la Fábrica.
En un análisis ligero de la
evolución macroeconómica de estos años se puede entender lo que fue el marco
espacio-temporal en el que se vivieron los acontecimientos en Salgueirón. Estas
macroempresas serían el precedente de lo que hoy en día son los grandes grupos
empresariales, de carácter internacional, que tienen un peso tan importante en
la economía de los países. Lo que ha cambiado es el control del riesgo del
capital, fundamentalmente en cuanto a los costes laborales, las empresas de
antaño se sustentaban en un gran número de trabajadores con bajo coste laboral,
las actuales en gran número de microempresas con gran coste laboral pero bajo
número de efectivos. La transición ha venido de la mano de la crisis de
materias primas y de los nuevos avances tecnológicos, por ejemplo en el caso de
las conserveras el final de los caladeros tradicionales y el nacimiento de los
congelados, fueron factores claves en su disminución y declive.
Este escrito contiene la voz de
aquellos niños-adolescentes que viajaban en aquellos años de bonanza y
turbulencias en aquel avión llamado Massó Hermanos y aterrizaron en el final de
esta empresa en los años 70, con los vientos racheados de la nueva economía del
último cuarto del siglo XX. Se ha recopilado la información de las entradas del
blog salgueiron.blogspot.com.es que los autores han ido publicando desde 2007.
Los capítulos se acompañan de post del blog con los recuerdos de los
protagonistas en los que relatan las experiencias vividas desde su particular
visión. Es una reflexión colectiva que intenta preservar la memoria de lo que
fue en su momento la vida en el entorno de la fábrica de Massó, como un
registro de la historia local de Cangas, con la intención de que pueda ayudar a
comprender a futuras generaciones lo que fuimos y lo que seremos.
POST
DEL BLOG
Cada persona retiene en la memoria aquello
que realmente le sirve. Ante un mismo hecho diferentes personas se quedan con
diferentes énfasis de lo que ha ocurrido. Esto sería una especie de selección
preferente de la realidad. Las distintas preferencias constituirían la realidad
total. Lo importante para hablar del tema es ser precisos en el lenguaje porque
las personas también usan las palabras con diferente carga semántica. Así,
realidad puede significar diferentes cosas para diferentes personas. Lo que sí
es un hecho es que las personas utilizan palabras propias que los demás aprendemos
e intentamos repetir.
La memoria es una especie de oportunidad
de crearnos a nosotros mismos, siempre recurrimos a ella y nos recuerda cuál es
nuestro interés. Evidentemente juega un papel de experiencia de vida que nos
enriquece y nos permite adaptarnos a las nuevas situaciones desde las que hemos
vivido. Recuerdo esas películas en las que un personaje pierde la memoria y
tienen que levantarse cada día como si tuviese que reconocer todo como novedad.
Como una especie de metacognición debemos volver sobre nuestras experiencias
para volver a leernos para mejorar.
¿Qué me dice un post como el del club
Rodeiramar (Capítulo X)? Por supuesto que me hace visualizar como con una
cámara del tiempo aquellos momentos y me enseña lo que veía. Pero en definitiva
lo que hago es una descripción física del local, la estructura del mismo. Los
apartados y las personas que había en cada apartado y básicamente en qué
empleaban el tiempo. Estoy describiendo, por tanto, la estructura. Me fijaba en
la estructura. Estoy informando como un testigo. Estas dos palabras: INFORMAR y
ESTRUCTURA, me son propias. Forman parte de lo que soy. Muchos de los post que
hay míos contienen estas dos constantes. Si testimonio es para informar a los
que lo lean lo que ocurría en el interior de aquel local. Jugaban a las cartas
y charlaban agrupados en torno al juego y por géneros. Por supuesto que se
tejían relaciones que no descubro, y no hago valoraciones de los hechos, mi
testimonio es un acto de transparencia, es la aproximación a lo que en verdad
allí ocurría. Es el sentido de la vida. En este caso es que las personas,
independientemente de su condición social y la época, se asocian por categorías
en torno a reglas como las del juego para ser felices.
Nuestra propia pandilla adolescente era
una sociedad, había reglas no escritas, entraban nuevos componentes presentados
por otros miembros, jugábamos y hacíamos actividades conjuntamente. Estábamos
los niños por un lado y las niñas por otro. Cada uno sabía su lugar en el
barrio. Hasta teníamos locales propios. Estábamos así por nuestra felicidad,
eso es lo que reportaba la asociación. Los cambios generacionales terminaron
con la disolución de los miembros de la sociedad. No fue desde dentro, fue
desde fuera. Salimos para estudiar, hicimos nuevos amigos, amigas, novias,
novios, etc. Es lo propio que estos entornos sean generacionales, cumplen un
cometido, después desaparecen. Es la construcción de la sociedad para albergar
y "proteger" la vida. El club Rodeiramar también protegía una forma
de vida. Pero estaba destinada a desaparecer, por los cambios generacionales.
La conclusión es que siempre es necesario buscar una casa que nos albergue a
todos, seguro que la hay, pero las generaciones la tienen que ir buscando.
Es curioso pero el recuerdo del olor de
las cosas queda muy persistente en la memoria. Los corchos que sobraban de los
astilleros o el revestimiento de cámaras frigoríficas los utilizábamos para los
barcos de vela que echábamos desde el muelle o el varadero. Estaban impregnados
de alquitrán y tenían un olor fuerte a este elemento. El alquitranado debía ser
una técnica de impermeabilización contra las humedades y en particular
protegerían al corcho para que este ejerciera su función aislante. De los
olores fuertes también se me quedó el de los desechos de ballena, que llevaban
los carros para abonar los campos y cuyos regueros por el camino, eran bastante
líquidos, los podíamos pisar inconscientemente o los podía usar mi perro para
rebozarse contra los parásitos. También recuerdo el olor del vino en los
lugares donde había cubas, como era el caso de la Cantina. También se guardaba
el vino debajo de la escuela de niñas. Un olor rico era el de los berberechos
cuando llegaban al Muelle de Massó. El desagüe de restos de pescado en el
lateral de la fábrica también era fuerte. Recuerdo ver a unos visitantes de la
fábrica con hojas de eucalipto en la nariz una vez que pasaban por allí. Con
ser tan intenso a nosotros ya no nos afectaba, estábamos acostumbrados. Otro olor
que se recuerda es el de los pinos y eucaliptos ardiendo la noche de San Juan.
Las rosas que crecían en la Alameda también tenían olor intenso, así como
algunos árboles de la familia de los cedros. Los niños hacíamos un experimento
curioso, frotábamos con saliva un brazo y cogía un olor característico que
nosotros llamábamos olor a pollo.
Memoria auditiva
Me cuenta Merche que la sirena de Massó tenía códigos
para que la gente entendiera a quién llamaba: según fuese un toque, dos o tres
se llamaba a gente de distinta zona. Esto ocurría cuando había jornadas
extraordinarias. La razón era que en determinadas temporadas de pesca los
barcos volvían a puerto cuando ya acababan de llenar las bodegas, además podía
haber bonificaciones en los precios según el momento de la llegada del pescado,
esto implicaba que un barco podía atracar un fin de semana en el muelle y
entonces había que descargarlo.
La extraña
fascinación de lo vivido
Resulta extraño esto de recordar lo
vivido, tiene una atracción inquietante el volver a ver aquellos momentos del
pasado, en parte porque son recuerdos específicos que nos marcaron --recordamos
unas cosas más que otras--, y en parte porque hay una nostalgia de lo que no
volverá. Tal vez si volviésemos a aquellos momentos no nos parecerían tan
valiosos o tal vez sí. Recuerdo que Rafaela decía que si tuviese que volver
para atrás en el tiempo querría que fuese con la experiencia acumulada que
tenía en aquel momento, volver con la mentalidad anterior no valía la pena. No
cambiaba juventud por experiencia. El sentir que me provocan estos recuerdos es
parecido a un vacío en el estómago o un corte con un cuchillo a la altura del
estómago de una extraña dulzura. Tal vez sea la naturaleza de lo que se llama
emoción.
Adolescencia
Recuerdo haber hecho alguna vez una
redacción en el colegio sobre la adolescencia y, también recuerdo que no había
quedado muy satisfecho. Consideraba entonces que tal motivo de redacción
quedaba muy alejado de mis capacidades discursivas para hacer algo digno. Sin
embargo, hoy por hoy, tengo que volver a reconsiderar tal tema, creo que tal
vez las cosas nos ocurran con alguna premeditación y si persisten en la memoria
es señal de que tenían y tienen sentido para nosotros.
Este blog nació como necesidad de
recuperar esta etapa de la adolescencia que vivimos un grupo de chiquillos en
Salgueirón, al menos por mi parte era una relectura de la memoria de entonces,
volver a leer qué es lo que había perdurado en la memoria personal y colectiva
para así fijar qué es lo que nos llamó la atención entonces. Mi memoria de
aquella etapa es el recuerdo de los árboles fundamentalmente, lugar donde
permanecíamos colgados gran parte del tiempo. Los árboles tienen un simbolismo
muy fuerte, son estructuras que crecen de las semillas, son el crecer
generativo y son, en definitiva, la firmeza ante el empuje que quiere
derribarlo todo. Los árboles se queman, pero vuelven a renacer, son Aves Fenix
que siempre vuelven a estar de pie, es decir, volver a recuperarse después del
conflicto. Esto es la adolescencia permanente de las personas en todas las
etapas de la vida, siempre aprendiendo, siempre en conflicto, siempre
purificándonos, volviendo a empezar de nuevo con más sabiduría, siempre
buscando después de la caída subirnos al árbol de la fe en la que colgar y
confiar nuestras vidas.
Capítulo II
Del salazón a las conservas de lata
Los avances científicos de la
época están detrás de las revoluciones socio-económicas. En el siglo XVIII hay
un comercio entre las costas levantinas y las Rías Bajas, son los catalanes los
que van y vienen con sus barcos trayendo aceite y vino y llevándose las
sardinas de las rías. En este trasiego, acaban por establecerse en la rías y
montar sus propias fábricas de salazón de sardinas, mejorando el sistema de
salar el pescado para que durase más en el transporte. Esta industria
incipiente en las costas gallegas atrae a las poblaciones que están más al
interior, para trabajar como mano de obra, y acaban incrementando los núcleos
poblacionales costeros.
En Bueu, a principios del XIX, se
establecen varios catalanes y entre ellos está Salvador Massó Palau que crea
una fábrica de salazón. Es a finales del XIX cuando estos empresarios
catalanes, en colaboración con los franceses, los bretones son los que inventan
la conserva en lata, transforman las
industrias de salazón en industrias de conserva en lata. Salvador Massó y sus
hijos, Gaspar y Salvador inician una colaboración con Francia exportando
fundamentalmente conserva de sardina. Este proceso resulta exitoso y pronto se
dedican a envasar otros productos aparte de la sardina. La Primera Guerra
Mundial supuso un auge en la exportación de conservas para todos estos
industriales conserveros y para la segunda generación de los Massó.
Es en los años treinta del siglo
XX cuando aparece la tercera generación de esta saga, Gaspar, José María y
Antonio, hijos de Gaspar Massó Ferrer, se crea la fundación de la sociedad
Massó Hermanos S. A. y se decide entonces la creación de la factoría de Cangas,
que empieza a construirse sobre 1937 siguiendo el proyecto de Tomas Bolívar
Sequeiros y del arquitecto Jacobo Stens Romero. Hay un apoyo explícito del
nuevo régimen existente en España para la expansión de esta industria familiar,
y se llega a distinguir a la conservera con el título de "empresa
ejemplar" y a Gaspar Massó García, con la Medalla del Mérito al Trabajo.
Es en la década siguiente, los
años cuarenta, en la que se va construyendo todo el complejo de la Fábrica de
Salgueirón con todas las construcciones accesorias a la misma: el Varadero, los
muelles, el Garaje, los campos de redes, las casas de los trabajadores, los depósitos
de agua, etc. A finales de los cincuenta aún se están acabando de construir
algunos elementos de la misma. Hay dos canteras en la zona, la del “Montiño” y
la que está a los pies de la escuela de Balea. En la primera aún se está
extrayendo piedra a finales de los cincuenta y se está terminando la
construcción del entorno del Garaje.
La Ballenera de Balea se empieza
a construir a mediados de los cincuenta, y la de Morás, en el norte de Lugo, en
los años sesenta. A Balea vienen trabajadores del norte de África donde
existían factorías similares y ayudan a montar la planta.
Es en la década de los setenta
con la cuarta generación de la familia cuando empieza la decadencia de la
empresa por diversos factores, la falta de acuerdo entre los distintos herederos,
la crisis de la colza, los costes laborales, la oposición social a la pesca de
ballenas, el agotamiento de caladeros, etc, agravado por la sobredimensión de
la empresa, siendo la Xunta de Galicia la que se hace cargo de la misma
intentando reflotarla con un plan de viabilidad que no da resultado y acaba con
su cierre a principio de los noventa.
POST DEL
BLOG
Las
conserveras tenían fama de hacer unas conservas mejor que otras y había
especialización en tal o cual tipo de conserva. Decían que las de Cervera eran
las de más calidad en conjunto. Massó hacía fundamentalmente el bonito, las
sardinas, las anchoas, los mejillones y los berberechos, con un buen nivel,
aunque también había otras opciones (chandarme, zamburiñas, navajas,...). La
Ballenera producía aceite y carne de ballena, que aunque se comía no sé muy
bien a dónde iba a parar. Con el tiempo se fueron abriendo las opciones, se
empezó a producir harina de pescado, supongo que para la alimentación animal,
sopas de pescado en sobre, como las de Knorr, y por último, se acondicionó el
edificio anexo de las redes como un gran frigorífico. Este último paso era el
adecuado para reconvertir la Fábrica a los grandes frigoríficos, tipo Pescanova
o los del Morrazo, pero el caso es que no fue suficiente para mantener la
industria en pie.
Estoy apoyado en la barandilla de espaldas
a las oficinas, en el piso superior, mirando la Fábrica por dentro, un enorme
espacio para mis ojos, con actividad de trabajo. Unas filas largas de mujeres
vestidas de blanco, con pañuelo en la cabeza, cogen el bonito o las sardinas de
las parrillas que transportan unas cintas en un recorrido continuo, una vez
llenadas las latas las vuelven a la cinta. Al final del proceso están las
calderas, o autoclaves, donde previo al añadido de aceite se deben de cerrar
automáticamente. Hay filas paralelas para cuando haya mucho trabajo pero lo
habitual es que sólo esté funcionando la fila de la derecha. A la izquierda,
cerca de la entrada de la torre han puesto unos pilones de agua dónde tienen el
pescado a lavar o a la espera de que se vaya avanzando el género. En la parte
superior, a la derecha están las oficinas técnicas y los talleres mecánicos
donde se hacen las latas. Este nivel superior acaba al fondo al nivel de la
calle, por el Garaje, por encima de la Chimenea. Debajo de mí está la entrada,
a veces entran los camiones dentro de la Fábrica, por la entrada principal, a
cargar las cajas de latas de conserva. A la derecha de la entrada, en la planta
baja, está el taller eléctrico, con su suelo de goma. También abajo, a mi
izquierda, debajo de la torre se encuentra la entrada al subterráneo donde está
la producción de hielo. Huele al pescado cocido.
Las visitas de
Don Gaspar
Los niños de Salgueirón nos movíamos con
toda familiaridad por la Fábrica porque todo el mundo nos conocía, no es que
nos metiéramos en todas partes pero si podíamos cruzar la Fábrica de cabo a
rabo con absoluta tranquilidad. Pero, había una excepción, cuando venía Don
Gaspar a visitarla no se nos ocurría ni aparecer para no estorbar. Esas visitas
eran esporádicas pero nos enterábamos por el coche oficial, aunque es curioso
porque realmente ni lo llegábamos a ver.
Los
campos de redes
Entre el campo de fútbol y el Hotel había un gran
campo de redes que solía cruzar cuando iba a la playa de Areamilla. Había otro
gran campo de redes yendo para San Roque y otro en la carretera nueva.
Consistían de unos tendederos para secar las redes en filas paralelas, hechos
con postes de granito y unos alambres gruesos como tendidos. La técnica de
construcción era la misma que la de las parras de los viñedos. Las redes
antiguas eran de hilos que quedaban húmedos al venir de la mar y se podían
pudrir, por eso había que secarlas; posteriormente se empezaron a hacer de
nylon y ya no tenían ese problema, con lo que los tendederos quedaron en
desuso. Pocas veces vi poner a secar redes en el campo de redes de Salgueirón,
las tenían que traer en camiones y las extendían por todo lo largo del campo
para que secasen bien.
Alta, enhiesta, rota. Hoy sigue igual.
Como si por ella nunca pasara el tiempo.
Nunca tuve muy claro si su función era tan importante como lo es su altura. Lo que sí recuerdo es la utilización que hacíamos de ella, pues era un punto de referencia:
Nunca tuve muy claro si su función era tan importante como lo es su altura. Lo que sí recuerdo es la utilización que hacíamos de ella, pues era un punto de referencia:
– A ver quién llega antes a la Chimenea…
– Te espero por la Chimenea…
Pero mi referencia más clara es la de un día en que Merche y yo hicimos una parada con nuestras bicis, nos pusimos a competir sobre quién sería capaz de leer la placa metálica que había en su base, sin respirar; y que seguramente por la dimensión del texto, lo repetimos tantas veces, que no lo volvimos a olvidar.
Esta placa estaba dedicada a uno de los obreros que participaron en su construcción y que tuvo un accidente por querer auxiliar a un superior en peligro. El texto rezaba de la siguiente manera:
La dirección y personal de Massó Hnos S.A. al obrero albañil Manuel Fernández Otero, herido gravísimo el 4 de diciembre de 1940. Triple fractura de cráneo al pretender auxiliar con generoso impulso al gerente de esta empresa cayendo de la chimenea en construcción desde considerable altura.
Aunque parezca imposible y según me cuenta mi padre, este señor no falleció en este día fatídico, aunque se pasó el resto de su vida sin recuperar la consciencia.
Este texto, que tengo memorizado desde hace tantos años, me hizo revivir en innumerables ocasiones cómo sería la secuencia de este accidente.
La Chimenea, que es vecina de la casa de
mis padres, sigue estando presente en mi vida. La contemplo con la misma
curiosidad de antaño: igual de vieja, igual de alta e igual de rota. La verdad
es que no cambió nada.
Por todo ello, creo que es una de las
construcciones que merece una mención especial por mi parte en el recuerdo de
nuestras vivencias en el barrio de Salgueirón.
En
Salgueirón había toda una obra de ingeniería hidráulica alrededor de la Fábrica:
Estaban los depósitos de agua (aljibes) en la Alameda y el Campiño, los
depósitos de agua en lo alto del Campiño --cerca de la casa de la abuela de
Fernando--, y el que suministraba agua a las casas en el campo al lado de la
sierra de Luis Hernández. También había que contar con la Mina de agua.
Recuerdo que en un determinado momento estuvieron los trabajadores de la Fábrica
estableciendo un sistema de medición del aljibe en los depósitos de la Alameda,
unas boyas con un dispositivo de detección del nivel para regular el llenado.
Tal vez fue el momento en que cambiaron las tapas de los accesos
--anteriormente metálicas con armazón de madera que quemaban cuando hacía mucho
sol--
por otras de cemento. Subiendo de la Fábrica a la Alameda estaba el Lavadero
--no recuerdo haberlo visto funcionar--, que nosotros lo usábamos para correr
alrededor por los planos inclinados dónde se frotaba la ropa.
José María y Miguel Ángel con el ancla |
Por otro lado, había una serie de elementos ornamentales en los jardines: Estaba el Caracol con el niño en la Alameda que se acabó por romper, el Crucero en las cercanías del Garaje y el Hórreo gallego cerca del hotel. Alrededor de la Fábrica estaban los cañones y las anclas ferruginosas que decían que eran de la batalla de Rande. Al lado de la Guardería había una fuente con un conjunto escultórico que contenía a unos niños y unos peces. Luego había una serie de bajorrelieves y cerámicas con textos por las paredes de las instalaciones de la Fábrica. Creo recordar que había uno de esos textos en la Carpintería, algo relativo a la madera si no recuerdo mal. También estaba la placa de la Chimenea y los cartelitos que tenían algunos árboles y plantas, detallando su naturaleza.
El Niño y el
Caracol
"El niño y el caracol" era la escultura que
había en la Alameda, un niño montado sobre un caracol adecuado a su tamaño.
Sobre los tres o cuatro años me hicieron una foto con ella --que aún
conservo--, en la que la escultura estaba entera, y digo entera porque al poco
tiempo se partió por la mitad. Quedó sólo el caracol, la imagen del niño desapareció, y este
elemento lo usábamos los niños para hacer la portería de los partidos de fútbol
que jugábamos con tanto ahínco (tal vez se rompió por esa utilidad de poste de
portería que le dimos a la escultura desde el principio). Ya más adelante no
había restos de la estatua, desapareció y, si simbolizaba el juego infantil,
allí quedábamos nosotros rompiendo zapatos dando patadas al balón.
Los letreros de
Massó
En
esta foto podemos ver el letrero que estaba en la entrada a la carpintería. En
cierto aspecto había una línea didáctica en distintos lugares del entorno con
cartelitos de más o menos envergadura. Este estaba hecho en cerámica, y la
verdad es que nos llamaba la atención de pequeños aquello de que los pescadores
usasen explosivos, máxime cuando en aquella época y en aquella zona no era
conocida tal artimaña.Placa educativa situada en la Carpintería |
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Capítulo III
Época de bonanza
La segunda mitad de los cincuenta
y los sesenta es la época en la que la factoría de Massó Hermanos
S. A. en Cangas va creciendo a la sombra de la mejora económica del
país. Son años de bonanza y crecimiento de la economía y de grandes cambios en
las vidas domésticas de las familias. Aparecen muchos avances tecnológicos que
repercuten en el día a día de las personas. Es el momento en que nacen y viven
la infancia y adolescencia la mayoría de los que después constituyen la Pandilla
generacional de Salgueirón, a la que hace referencia el escrito.
Al final de la década de los
cincuenta ven la Fábrica funcionar desde los ojos de niños que están empezando
a vivir. Los inviernos son crudos, ventosos, lluviosos y fríos. Las heladas
invernales dejan los charcos congelados y las goteras de los grifos exteriores
con carámbanos. Cuando hay fuertes lluvias, el suelo de las dos carreteras, la
de Arriba y la de Abajo, aparece labrado con grandes surcos por la falta de tierra
que se lleva las torrenteras. Cada primavera vienen empleados de la Fábrica con
camiones de tierra a rellenar los desperfectos. Los niños pasan gran parte del
tiempo en la Escuela, mañana y tarde, incluidos los sábados por la mañana.
Los veranos son calurosos,
empiezan en junio y acaban en septiembre, y es época de no hacer nada y de
merodear por el entorno. Son las vacaciones. Los niños suelen estar por los
alrededores de la Fábrica y por dentro. Entran libremente en ella y la recorren
de cabo a rabo.
Hay mucho movimiento en la Fábrica,
grandes camiones entran con bidones de aceite o pescado del Cantábrico, y salen
con cajas de conservas en lata. La Fábrica tiene hasta conductores en nómina. Hay personal fijo y personal eventual. Cuando
hay pescado se convoca por la sirena a los trabajadores, en la mayoría mujeres,
tanto de Cangas como de los barrios próximos. Se entra y sale de la Fábrica a
golpe de sirena, los trabajadores tienen unas tarjetas para fichar que perforan
a la entrada y a la salida.
Por la Alameda pasan los que
vienen de Balea, la Caína o San Roque, los barrios cercanos. Es un río de batas
blancas y mandilones y, monos azules. En invierno es de noche cuando vuelven de
trabajar. Hay épocas en que no pasan y es cuando falta pescado, solo van los
que son fijos.
Muchos de los trabajadores comen
en la factoría, hay una Cantina que regenta Adolfo y en un gran comedor hacen
el almuerzo con lo que traen de casa. La Cantina les proporciona vino que está
almacenado en grandes barriles y Adolfo lo saca con medidas de cuartillo, y
gaseosas de las que hace Román en Cangas. También hay vestuarios con duchas
para hombres y mujeres para que se cambien al entrar o al salir. La Fábrica
huele a pescado cocido y en los talleres hay grasa y polvo.
En verano hay berberecho y
almeja, hasta entrada la noche están llegando al muelle los motorcitos cargados
con los moluscos. Vienen de la zona de Moaña y Redondela, fundamentalmente, que
es dónde hay grandes arenales. Los niños cogen berberechos y se los comen allí
mismo al lado de tractores, marineros y trabajadores. Nadie les dice nada, Tienen
una edad en la que se les permite todo.
La
Báscula
A la entrada de la Fábrica de Massó, a la
izquierda, había una báscula para pesar los camiones. Era una plancha de hierro
rectangular en la que cabía un camión grande. Supongo que pesando el camión en
lleno y luego vacío calculaban el peso de la carga. Había una ventana que daba
a la Báscula desde donde se daban instrucciones al conductor para poner y
quitar el camión, el propio portero (el padre de Pili) era el que la
manipulaba. Normalmente los camiones que salían de la Fábrica llevaban todo
tipo de conservas y los que llegaban podían traer desde pescado hasta aceite de
oliva, pasando por sal o cualquier otra materia prima. La gente pasaba
caminando por encima de la Báscula cuando estaba libre y recuerdo que era
bastante estable.
La Guardería era la vertiente social de la
Fábrica, obra de la asistente social Ana María. Vi unas fotos de la Guardería
este verano y me hicieron recordar aquellas cunas de tela que colgaban de una
estructura metálica, aunque lo que más me vino a la memoria fue el olor a niños
pequeños que se desprendía por aquella puerta, mezcla de colonia y biberones
-había una señora delgada encargada de la Guardería que vivía por la de los
Palacio, pero no consigo recordar su nombre. Lo que si hacíamos era jugar en el
estanque con los chafarís y mirábamos aquellos peces de colores que había
nadando. El mecanismo de la fuente era que salía agua por los chafarís y se
eliminaba por unos sumideros de rebose, los cuales tenían un efecto de succión
y que nosotros tapábamos para notarlo. ¡Qué gran asociación entre el estanque y
la Guardería!
La
Sirena de Massó I
La Sirena de la Fábrica formó parte de
nuestra cotidianidad durante todo el tiempo que allí vivimos. Recuerdo, si no
me equivoco, que sonaba a las doce y media marcando el fin de la jornada de
mañana. Cuando esto ocurría, a los cinco minutos la Alameda se llenaba de
mujeres y hombres que a toda prisa se dirigían a sus casas a comer, unos
subiendo por el ramal que los conducía a la zona de la carretera y Balea, otros
bajando hacia el Hotel.
La entrada y salida de la Fábrica se hacía
a golpe de sirena. Sonaba por la mañana temprano, al mediodía, por la tarde
temprano y a última hora de la tarde. Todo dependía del pescado que hubiera
llegado. Había personal fijo y personal discontinuo, para éstos últimos era
fundamentalmente la Sirena. Sonaba en varios kilómetros a la redonda (estábamos
acostumbrados a aquel pitido) y ésta era la señal de que había trabajo. Los
trabajadores y trabajadoras tenían que fichar en un reloj-panel que había a la entrada,
así se controlaban las horas de trabajo y, por cierto, el salario se daba en
unos sobres beiges.
La Cantina de Massó estaba encima de los
vestuarios, su cometido era servir de comedor para que la gente comiera al
mediodía y siguiera trabajando por la tarde. Las mujeres y los hombres traían
la comida de casa en tarteras envueltas en paños, que tal vez calentaban en la
Cantina, y lo que consumían allí era, preferentemente, la bebida y el pan.
Había un apartado de la Cantina donde estaban los toneles de vino, Adolfo tenía
unas medidas de cuartillo, medio o un litro y con ellas servía el vino.
Curiosamente tenía una pequeña bodega de vino debajo de la escuela de las niñas
en el Hotel. Cuando pusieron televisión, recuerdo que me quedaba viendo los
partidos del Real Madrid, las películas de Rintintín o de Patrulla de Caminos,
cuando iba a buscarle el vino a mi padre.
Enfrente al Hotel, en la bajada de la
carretera de Arriba a la de Abajo, había un hórreo --ahora parece que ya no
está--, que se conservaba muy bien ya que era de nueva construcción. Más abajo,
en la rotonda, delante del Garaje, estaba el Crucero que hacía juego con el
Hórreo. El Hórreo tenía una función más ornamental que otra cosa aunque
recuerdo que en su momento José, el jardinero, guardaba en su interior las
herramientas que empleaban en el arreglo de jardines. El lugar en el que estaba
no era seguro para los niños porque quedaba a una altura considerable sobre la
carretera de Abajo y tenía su peligro.
Cuando
llegaba el verano nos bañábamos en el "Carro". El Carro estaba
situado al lado de la playa de don Paco, frente al economato y se llamaba así
porque era por dónde subían los veleros que estaban allí varados para poder
repararlos. Sólo conseguí bañarme allí una o dos veces, nunca entendía el por qué
mis padres no me dejaban hacerlo.
Marisquear
En
verano hacíamos ganapanes para coger camarones en las charcas. Teníamos que
saber cuándo era marea baja porque era el mejor momento para buscar entre las
covachas donde pillar alguno. También escarbábamos en la arena y cogíamos
algunas almejas tipo chirla y berberechos. Los mejillones no los solíamos coger
por temor a la toxina. Tampoco cogíamos lapas porque eran muy duras. Lo que si
llevábamos eran caramujos, los buscábamos que fueran gorditos para que tuvieran
comida. Había erizos, pero en aquella época no se comían. Todos estos mariscos
los comíamos como un entretenimiento y había en abundancia, ahora me parece que
ya escasea más.
La pesca desde el muelle era de las cosas que más nos
divertían en verano. Pasábamos gran parte del tiempo intentando coger aquellos
peces que veíamos en medio del agua. Lo primero que hay que decir es que había
una gran abundancia de peces de varios tipos pero, fundamentalmente, en gran
parte eran buracitos (panchitos) lo que se observaba a simple vista. La pesca
tenía su ritual, había que empezar por buscar una caña india, comprar tanza,
anzuelo, flotador, plomos y anillas, para montar las cañas de pescar. Luego
había que conseguir maga de sardinas o miñocas en las mareas bajas y, por
último, armarse de paciencia para coger los buracitos. Se podía pescar en la
superficie o en el fondo y, en este caso, se obtenían otros pescados como las
fanecas. De vez en cuando se veían bolitos, agujas, serranes, mújeles y otros
especímenes. Solíamos coger unos cuantos buracitos y por la noche nos los
freían nuestras madres para cenar. Los puestos de pesca eran en la punta del
muelle pero, alguna vez, cuando había barcos atracados nos poníamos a pescar en
las mismas bordas. Los días de nortada no se pescaban bien porque los peces se
pasaban al otro lado de la escollera, es curioso como el viento frío del norte
ahuyentaba a los peces, y nosotros nos poníamos sobre las rocas con el
consiguiente peligro de caernos.
Un
escape de amoníaco
Una vez hubo un escape de amoníaco en la Fábrica
de Massó, en la parte donde se elaboraba el hielo, y todos los trabajadores tuvieron
que salir fuera de la Fábrica. Recuerdo que yo estaba por "el Carro"
(estaba bañándome) y llegaba el olor hasta allí. Si no me equivoco tengo noción
de ver venir los bomberos de Vigo o de Pontevedra. Decían que había habido
personas afectadas con una cierta gravedad. Tenía que haber sido un accidente
serio cuando habían evacuado a todos los trabajadores. Tal vez de este suceso
saqué yo una cierta aprehensión a bajar a las cámaras del hielo cuando me
mandaban en verano a por los bloques para la nevera.
Cuando
se hacía una acometida eléctrica primero traían aquellos postes de madera
embreada y los dejaban sobre los caminos. Luego venían y los ponían verticales.
A continuación aparecían los de la electricidad con aquellos aperos para
escalarlos: unas espuelas y un cinturón con el que abarcaban su cintura y el
poste. Así encaramados se mantenían en lo alto haciendo la instalación. Cuando
se iban quedaba el poste con la señal de aquellos espolones con los que se
apoyaban al subir. Curiosamente esta técnica es la que me encontré en los
podadores de palmeras cuando llegué a Canarias. Técnica que también ha
desaparecido recientemente.
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