viernes, 14 de noviembre de 2008

Chuchameles y otros sabores silvestres

En primavera surgían los chuchameles por todos lados, aquellas florecillas amarillas destacaban en medio del verdor de la hierba. Los niños las cogíamos y masticábamos los tallos por el sabor agrio que producían. No es que lo hiciésemos mucho porque el sabor podía cansar pero sí de vez en cuando chupábamos algún chuchamel. También cogíamos moras en las silveiras para comer tal cual o bien para mezclarlas con azúcar. Había una técnica que consistía en usar una caña, llenarla de moras y, por un agujero lateral, chupábamos el jugo que se obtenía al apretarlas dentro de la caña. Las moras eran mas dulces y se comían en cuanto maduraban. Había unas flores en forma de campanilla en unos árboles, de cuyo nombre no me acuerdo, que también servían para chupar y sabían dulzonas. Cuando empezaron a plantar la flor de la pasión aprendimos a sacar el dulzor que guardaban dentro. También había fresas salvajes, pequeñitas, que crecían por el eucaliptal y por el campo de redes. Por San Roque había arbustos que daban morotes, unos frutos redondos que cuando maduraban pasaban del amarillo al naranja. Bueno, se puede decir que competíamos con las abejas para libar el dulzor de los frutos y las flores silvestres.
foto de Benito Juncal de un campo de chuchameles


¿Por qué guardo este recuerdo? El verde y el amarillo de la planta eran realmente llamativos pero me llamaba más el tallo jugoso. El líquido de aquel tallo con su sabor entre ácido y agrio era lo que me llamaba la atención, no era el jugo de una fruta era el del tallo, o sea la sabia.

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