Alguien me avisó de que el Roll estaba tirado en la cuneta porque un coche lo había atropellado, tal vez fuera Carmiña, la tía de Fernando, quien me diera la noticia. Instintivamente fui a buscarlo, dudando de si me lo encontraría en buen estado, cogí carretera arriba y llegué a la principal y, efectivamente, allí me lo encontré tirado en la cuneta, alguien lo había arrimado para que no lo espachurraran más. Ya decía yo que aquella manía de correr detrás de los coches que había adquirido no presagiaba nada bueno -pensé. Lo cogí y me lo traje en el colo hasta mi casa. Por el trayecto estaba todo tieso, no daba señales de que se pudiese recuperar, lo notaba extrañamente quieto y me temía lo peor. Llegué al pie de las escaleras que subían a mi casa con el perro en brazos cuando, de repente, el Roll se movió y dando un salto alegre se me escapó de los brazos y se puso a caminar como si tal cosa. Estaba vivito y coleando, nunca mejor dicho.
¿Por qué me quedó este recuerdo? Creía que todo estaba perdido. Tal vez la imagen más nítida que tenga es del momento en que el perro saltó de mi colo, estaba preocupado y aquello significó el alivio. Sin proponerlo la solución a los problemas llega de forma inesperada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario